Exposición en el III Simposio del Centro Mundial de Estudios Humanistas (CMEH), Un Humanismo para la Nueva Civilización, Sede Latinoamericana, Parques de Estudio y Reflexión – La Reja, 3 de Noviembre de 2012.
El
Arq. Fernando A. García ha colaborado con el CMEH con “Occidente y los derechos humanos” (Perspectivas Humanistas, Anuario
1996, CMEH), “Humanism in India”
(2009), “A una nueva civilización, una
nueva espiritualidad” II Simposio CMEH, 2010), y “La imagen en la experiencia espiritual: el guía interno” (CEHBA,
2012). http://fernandoagarcia.blogspot.com
fernando120750@gmail.com.
Esta
exposición se deriva de la realizada en el Simposio precedente, titulada: “A
una nueva civilización, una nueva espiritualidad”, en el panel sobre
espiritualidad del II Simposio del
Centro Mundial de Estudios Humanistas (CMEH), “Fundamentos de la Nueva
Civilización”, en este mismo lugar, Parques de Estudio y Reflexión – La Reja, el 31 de Octubre de 2010.
Una
nueva espiritualidad como correlato de una nueva civilización es algo bastante previsible,
inevitable y ya perceptible, por las razones que en su momento se señalaron y
que no repetiremos aquí, dada la brevedad de esta exposición. Aquí nos
centramos en algunas dificultades con las que se encuentra esa nueva
espiritualidad para su definitivo alumbramiento y desarrollo.
Hay
muchas y variadas formas de espiritualidad, y todas ellas son expresiones del
sentimiento religioso que impulsa al ser humano a la búsqueda de respuestas vitales
sobre el sentido mayor o último de su condición existencial de finitud, sobre el
sentido de la vida en general, sobre la muerte y las posibilidades de
trascendencia, etc.
Mucho
se podría decir, y se ha dicho, en cuanto a las formas de espiritualidad: su
clasificación, su historia, su desarrollo, sus objetivos, sus preceptos y sus
prácticas, etc.
Sin
embargo, todo lo que se diga de ellas no sólo hablará de ellas, sino también
hablará de la “mirada”, la perspectiva de quien dice sobre ellas. De manera que
esas formas de espiritualidad no pueden ser vistas en sí mismas, abstraídas
objetivamente de la particular subjetividad de quien las examina.
Es
inevitable que exista siempre un punto de vista y una sensibilidad, una
“mirada” para ver cualquier cosa, de modo que no podamos pretender hablar de
una realidad en sí misma, independiente del observador, sino de una “realidad”
percibida e interpretada.
Cuando
se estudia algo, se lo hace desde una intención, desde un “para qué” que opera
como trasfondo de la conciencia y condiciona el examen de lo examinado.
Por
honestidad y rigor intelectual, el estudioso de las formas de espiritualidad
deberá tener apercepción autocrítica de su propio punto de vista y sensibilidad
al respecto, de su “mirada”, ya que ello condicionará su estudio.
Si esto
es válido para el estudioso de las formas de espiritualidad, más lo será aun
para quienes están en la búsqueda de una forma de espiritualidad por propia
necesidad existencial.
La
condición existencial desde la que se encara la espiritualidad condiciona la
búsqueda, la selección y la práctica de la forma de espiritualidad,
De
manera que tenemos, por una parte, las formas de espiritualidad con sus
características; pero, por otra parte, y muy diferente, tenemos las actitudes
de trasfondo con las que se las busca, se las elige, y se las practica.
Esto
establece una diferencia de importancia entre lo que las formas de espiritualidad
plantean u ofrecen, y lo que de ellas se ve y la manera en que se practican.
Dicho crudamente: en los hechos, lo que una forma de espiritualidad sea importa
tanto, o menos, que cómo se la vea y se la practique.
Una de
las consecuencias de esto es que, según la situación personal de los
buscadores, no necesariamente se elige o se adhiere a las más elevadas formas
de espiritualidad (si se estableciera
esta distinción entre ellas), o bien a las que más le convienen a quienes buscan.
Así es que la relativa popularidad de ellas no es indicador suficiente de lo
que son en sí, sino de lo que los adherentes creen ver o encontrar en ellas.
Las
“ofertas” de espiritualidad en el medio de hoy día son abundantes y variadas,
gracias también a la mundialización y las comunicaciones. Esta babel de formas
de espiritualidad siempre ha sido característica del ocaso de una civilización
y su crisis de cambio, y preanuncia el surgimiento de otra nueva que la
reemplace.
No
analizaremos aquí la condición existencial del ser humano medio de hoy día o,
en particular, en tiempos de crisis. Baste decir que, de una u otra manera,
nadie queda exento de los efectos de la crisis general de cambio en que se
debate un planeta mundializado.
Pero sí
podemos, para aludir a dicha condición, mencionar brevemente las dificultades
de la espiritualidad sin hablar de sus formas, sino de las maneras muy
difundidas en que, como dijimos, estas formas se buscan, se eligen y practican.
O sea, podemos observar casos típicos de práctica, independientemente de la
forma de espiritualidad en que se presentan. Veamos algunos de ellos, a riesgo
de incurrir en el exceso y la caricatura:
La espiritualidad
esporádica “en grageas”; frente a un modo espiritual integral de vivir. Las
consecuencias que se derivan de una o otra posición son proporcionales al grado
de compromiso vital con la espiritualidad.
La espiritualidad
“consumista”, que devora ávidamente “novedades” espirituales saltando de una a
otra (aun dentro de una misma forma de espiritualidad), pero sin profundizar con permanencia en ninguna de ellas.
La espiritualidad
“privada”, como práctica estrictamente individual, sin comunicación con otros; frente
a la espiritualidad como actividad también social con otros y para otros.
La espiritualidad
“caracol”, como fuga frente al mundo o frente a los conflictos de la propia
situación existencial; frente a la que transforma el mundo y la propia vida.
La espiritualidad
“vieja”, que se disfraza de “nueva”, y con sus cambios de forma no cambia la
sustancia de fondo; frente a una nueva espiritualidad para un nuevo mundo.
La espiritualidad
“conservadora” (y a veces fundamentalista), como regreso a un pasado
idealizado, como repliegue y defensa ante el presente conflictivo, no como su superación
y salto transformador a un futuro querido.
La
espiritualidad “oscurantista”, que opone la razón a la fe; opuesta a la que las
reconcilia, poniéndolas al servicio de la vida.
La espiritualidad
“recreativa”, como forma de ocio, como actividad para el entretenimiento y la diversión;
frente a la del compromiso social y personal.
La espiritualidad
“comercial” como un “recibir” en que todo gira alrededor del propio beneficio y
termina en uno mismo; frente a la del “dar” desprendidamente en ayuda a otros.
La espiritualidad
“espectáculo” que se deslumbra con las vistosidades, que necesita escenarios y
coreografías; frente a aquella humilde y de bajo perfil, que atiende a lo
fundamental de la experiencia.
La espiritualidad
“diluida”, superficial y de consumo masivo; frente a la espiritualidad profunda
que va a la raíz de la condición existencial humana.
La espiritualidad
“terapéutica”, como vano remiendo de una vida incoherente y contradictoria; frente
a la espiritualidad como conversión del sentido de vida.
La espiritualidad
“sanadora”, como medicina alternativa para el cuerpo; frente la espiritualidad
como tal.
La espiritualidad
“simuladora”, que disfraza otros intereses; frente a la genuina espiritualidad
sin hipocresías ni dobleces.
La espiritualidad
“hedonista”, que se orienta según el placer que se obtiene de ella; frente al
crecimiento espiritual, que no siempre y necesariamente es sinónimo de placer.
La espiritualidad
“turística”, que se orienta según los lugares, paisajes y escenarios en que se
practica; frente a la que se practica siempre y sin importar dónde.
La espiritualidad
“ritual”, que deposita el valor en los ritos, observancias y actividades
externas, pero sin mayores consecuencias internas; frente a la de un sentir y
significado profundos que ponen al rito y la formalidad como secundarios.
La espiritualidad
“mágica”, como “fetiche” o “talismán” mágico, para obtener lo que se quiere sin
hacer por ello y sin cuestionar los propios deseos; frente a la que no rehúye
de la acción en el mundo y eleva el deseo.
La espiritualidad
“cosmética”, para embellecer y decorar la propia vida con un toque de espiritualidad
(sobre todo si es exótica y de moda); frente a la espiritualidad de fondo que
no se mira al espejo de la vanidad.
La espiritualidad
“de lo secundario”, que pone un énfasis desproporcionado en aspectos menores e
irrelevantes; frente a la espiritualidad que atiende a lo primario, esencial y
sustantivo.
La espiritualidad
“declamativa”, que se complace en hablar de dioses y divinidades, pero que no practica
proporcionalmente para acercarse a aquello que declama.
La espiritualidad
“dialéctica”, que se usa como arma arrojadiza para agredir y discriminar a
otros, y así autoafirmarse por contraste con ellos; frente a la que crea
puentes de unión y reconciliación.
La espiritualidad
“encapsulada”, encerrada en sí misma y sus asuntos, mientras permanece indiferente
al sufrimiento de quienes no comulgan con la misma; frente a la que se abre al
mundo y abraza compasivamente a todos.
La espiritualidad
“supernova”, que agranda su propio “yo” (brillando mientras colapsa); frente a
la espiritualidad que trasciende la propia personalidad.
Las
mencionadas y otras más no se refieren a las formas de espiritualidad
existentes, sino a las actitudes con que cualquiera de ellas se experimenta y
practica.
De este
modo, las formas de espiritualidad entregan de acuerdo a lo que en ellas se ve,
se busca y, consecuentemente, se encuentra y se logra con ellas. Es siempre la
conciencia intencional y activa –que no es simple “receptora” pasiva de la
forma espiritual- la que condiciona la experiencia.
De
manera que además de la valoración comparativa de las formas de espiritualidad
como objeto de estudio aislado, también el modo en que nos referimos a ellas tiene
sus importantes consecuencias. Estas consecuencias alcanzan no sólo a sus
practicantes, sino que afectan a otros y a las formas de espiritualidad mismas
en su influencia y desarrollo.
Cabe entonces
anotar una dificultad general: Quienes están agobiados y desorientados por su crisis
existencial, o bien obnubilados en la persecución de sus sentidos de vida
provisorios, ¿cómo harían para poder reconocer una genuina espiritualidad, aun si
se encontraran con ella cara a cara? La respuesta no es simple ni descontada.
Sabemos
que hay formas de genuina espiritualidad que se manifiestan básicamente con sus
elevadas experiencias y pensamientos, en las reflexiones o prácticas
meditativas. Otras se manifiestan de modo básicamente emocional, con sentidas
plegarias y otras prácticas devocionales. Otras se manifiestan básicamente con
la acción desprendida de ayuda compasiva y solidaria, en campos aparentemente
ajenos a lo espiritual como la medicina, la educación, la acción social, etc.
Algunas
de estas formas de espiritualidad se llevan a cabo en relativo anonimato y
aislamiento individual. Puede haber formas de espiritualidad no explícitas y
evidentes para la “mirada” externa o ingenua (como toda “acción válida”), o
puede haberlas explícitas, formalizadas e incluso alardeadas, como por ejemplo
la de los “operadores profesionales” de la espiritualidad
En este
contexto de diversidad de formas, no siempre explícitas, subsiste la pregunta: ¿Cómo
harían quienes buscan por necesidad una genuina espiritualidad para reconocerla
a través de su apariencia?
La
respuesta a esta pregunta es fácil y descontada desde la soberbia y la
discriminación: espiritualidad sería la que uno juzgara como tal (habitualmente
la que uno practica) y la que por miopía uno alcanzara a percibir como tal. Las
otras formas quedarían descalificadas como espiritualidad.
Queda
aquí la pregunta sin respuesta, pero dejamos sentada la genuina condición existencial
interna que habilita a una verdadera búsqueda y una genuina práctica de la espiritualidad:
la experiencia interna del “fracaso” (o caída) de las ilusiones por las que se
persiguen los sentidos provisorios de vida.
Como
fuere, toda forma de espiritualidad debería ser cotejada con la posición que se
tiene con respecto a la finitud de la propia vida, ya que en ella “nada tiene sentido si todo termina con la
muerte”[i].
En torno a este tema gira toda forma de espiritualidad que valga la pena
considerar.
Aparentemente,
la nueva espiritualidad, o cualquier forma de espiritualidad, tendrían pocas
probabilidades de avance frente a las dificultades mencionadas. Sin embargo, de
hecho no es así. Por lo pronto, las dificultades, aunque numerosas y muy
difundidas, no afectan a todos los practicantes, sino sólo a algunos. Aun las
mismas personas van variando su estado en el trascurso de la vida, pudiendo profundizar
su modo de practicar la espiritualidad. La necesidad acuciante que plantea, a
veces azarosamente, el imperio de las circunstancias lleva a conversiones de
vida profundas. De últimas, la conciencia humana está agotando en conjunto una
instancia psicológica para pasar inexorablemente a otra nueva y superadora.
Así y
todo, no está de más considerar las dificultades que pudieran surgir, a fin de
poder reconocerlas y superarlas, evitando quizá desvíos improductivos y demoras
sufrientes.
Por
último y en definitiva, la “acción válida” será el principal indicador de la
nueva espiritualidad. Sintéticamente: la “regla de oro”. Ya mismo, a partir de
este mismo momento, se puede comenzar una vida de espiritualidad si
diligentemente se comienza a tratar a los demás como uno mismo quisiera ser
tratado, empezando por los más próximos y tratando de extender ese alcance en
la medida de las posibilidades y oportunidades. No se requieren rituales,
prácticas complicadas, cambios de dieta, leer libros, pagar cursos, etc. Sólo
se necesita tomar la resolución y comenzar una nueva vida en que
permanentemente se busque pensar, sentir y actuar en una misma dirección,
mientras crecientemente se intenta tratar a los demás como uno quisiera ser
tratado.
Y esta
nueva vida no necesitará de intermediarios ni de tutores, ya que el juicio de
las propias acciones no podrá ser externo. Esa vida espiritual será orientada
por la propia conciencia que, examinando en silencio y en calma la vivencia de
la propia experiencia, aprenderá paso a paso a separar la contradicción que
oscurece la vida, de la unidad interna que la ilumina con Sentido.
[i] “Silo.
Obras Completas Volumen I.”, Plaza y Valdés, edición 2004, Buenos Aires. En “Habla
Silo. I. Opiniones, comentarios y participación en actos públicos. “El sentido
de la vida”. México D.F., 10 de octubre de
1980. Intercambio con un grupo de estudios.” pág.700-701. http://silo.net/
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