NOTA
4: EL PENSAR CONVERGENTE
Fernando A.
García, Buenos Aires, 12 de agosto de 2013.
Introducción
Desde la visión siloista, la
convergencia de la diversidad es un paradigma de los nuevos tiempos para los
conjuntos humanos. El antiguo lema de “unidad en la diversidad”[1], si
bien muy afín, no transmite tan claramente la dinámica de proceso y, por otra
parte, la noción de “unidad” podría ser malinterpretada como uniformidad en
desmedro de la diversidad.
Al hablar aquí de la
convergencia de la diversidad, lo hacemos en referencia a nuestro/s conjunto/s
y a los asuntos del conjunto en cuestión. Es decir, nos referimos al conjunto
en general o bien a cualquier tema relevante que de este se considere.[2] Esto
es lo que se pone en juego habitualmente cuando participamos en nuestras
actividades conjuntas, o bien en ámbitos que surgen gracias a la interacción
concertada de varios participantes.
Dentro del conjunto hay diversidades (personales o grupales) de
muy variado tipo que pueden divergir
–alejándose entre sí y/o del objetivo común- o bien converger, acercándose entre sí y/o al objetivo común. De modo que
las diversidades pueden actuar de manera disgregante o congregante del
conjunto, como fuerzas centrífugas o centrípetas según las intenciones que se
pongan en juego. Para nosotros, “Las cosas están bien (en este caso las
diversidades) cuando marchan en conjunto (convergentemente), no aisladamente
(divergentemente)”.
Participar de un conjunto nos
pone en situación de deliberar, de
tomar decisiones. Para esto, generalmente hay que pensar y, siendo que es
deseable hacerlo, mejor aun es reflexionar:
pensar detenidamente con reversibilidad. Al participar en lo conjunto no
podemos sustraernos al hecho de pensar lo conjunto de una cierta manera, sea
que nos apercibamos de ella o no.
Aun si no se reflexionara en
situación de deliberar, de todos modos previamente han existido –entre otros-
pensamientos que quedaron sedimentados y que actúan como predialogales, condicionando respuestas a veces de manera refleja,
sin mayor consideración.
El conjunto, y lo relativo al
conjunto, se pueden pensar de distintas maneras. Esas distintas maneras de
pensar lo conjunto tienen distintas consecuencias. Hay maneras de pensar lo
conjunto que resultan conducentes a la convergencia de la diversidad, mientras
que otras no lo son tanto o bien son abiertamente contraproducentes a esos
efectos.
Como rara vez se explicitan las
maneras de pensar lo conjunto, generalmente actúan como predialogales, como antepredicativos: por así decir, los
tácitos del diálogo. Son “vías” y
“recorridos” que toma el pensamiento, atendiendo generalmente al “paisaje”
(circunstancias) que se va presentando, pero no siempre apercibiéndose de la
“vía” o “recorrido” adoptado y sus características. Esto es similar a la
llamada “forma mental”, que pone el ámbito que condiciona –entre otros- la
aparición o ausencia de ciertos contenidos y su estructuración, pero que
generalmente pasa des-apercibida mientras su fascinación está vigente.
El hecho de pensar en lo
conjunto supone un “punto de interés”
(o “punto de vista”) que generalmente está implícito en el recorrido del pensar
y que lo precede. En otras palabras, el “punto de interés” estructura al
pensamiento.
Si nos apercibimos de nuestra
manera de pensar lo conjunto, quizá advirtamos o no que otros tienen otras
maneras de hacerlo. Si nos apercibimos que hay otras maneras de pensar lo conjunto,
quizá las descalifiquemos negando su validez o no. Si las aprobamos o las
descalificamos, quizá podríamos hacerlo en función de que los resultados
(conclusiones) de esas otras maneras de pensar coincidan o no con los
resultados de nuestra propia manera de pensar. Es decir, podríamos aprobar o
rechazar las conclusiones de otros modos de pensar, lo que ellos afirman o
niegan, según sostengan o contradigan nuestra postura, quizá sin mayor
reflexión sobre el camino del pensar usado por el otro. Esto sería una suerte
de reflejo pragmático.
Conjunto
e individuo
Por definición, el conjunto (y
lo conjunto) excede al individuo: en el ámbito conjunto el individuo está
incluido, participa y lo considera al tomar decisiones. Siendo el conjunto “el
todo”, y el individuo “la parte”, no puede haber identidad o equivalencia entre
individuo y conjunto. En otras palabras, conjunto no es igual o equivalente a
individuo, y viceversa. Esta que es una obviedad en la teoría, no lo es tanto
en la práctica.
Entonces, cuando se piensa lo
conjunto, no se lo debiera pensar tal como se piensa lo personal: son dos
objetos del pensar diferentes.
Cuando se evalúa algo, se
reflexiona sobre algo, se emite opinión sobre algo, etc., se lo hace siempre e
inevitablemente tomando referencias,
en base a parámetros. Entre otros y por ejemplo, si todos y cada uno de los
participantes en un conjunto entendieran (o exigieran) que lo conjunto debiera
adecuarse a sus necesidades u opiniones particulares y satisfacerlas,
consecuentemente lo conjunto debiera resultar de la sumatoria de todas las
necesidades o exigencias particulares. Esta postura actuaría también como
antepredicativo, con necesidades o exigencias particulares que podrían ser muy
diferentes en los diferentes participantes.
En alguna medida, este modo de
deliberación podría ser viable si todos los participantes (o una abrumadora
mayoría) encuadraran sus necesidades u opiniones estrechamente de acuerdo con
los parámetros del ámbito en el que participan. O sea, este camino desde lo particular
(lo individual) a lo general (lo conjunto) sería viable si contáramos con un
conjunto de participantes muy homogéneo (o sea, con escasa diversidad). Pero
generalmente este no es el caso.
De modo que el camino de
tratamiento de lo conjunto como resultante de la simple sumatoria de intereses
personales conlleva el riesgo, más o menos cierto, de imposibilidad de una
convergencia de la diversidad. Las diversidades existentes en el seno del
conjunto, en tanto busquen su satisfacción sin otra referencia que ellas
mismas, tienden a divergir entre si, ya que lo personal es por definición lo
particular. Y lo particular, aunque constituyera eventualmente una mayoría, no
necesariamente cumpliría una segunda condición: responder a los mejores
intereses de lo conjunto.
Los
mejores intereses de lo conjunto
Metódicamente hablando, y en
términos procesales, el momento de complementación de las diferencias no surge
por simple contraste de las mismas, sino por su estructuración coherente en
función de la morfología del proceso del que forman parte. Y dicha morfología
está dada por el “punto de interés”.
Dicho en otras palabras, las
diferencias (o aparentes contradicciones) se relacionan (o reconcilian) cuando
surge un “interés” común a ellas, y que las pone en función de algo que las
subsume y sintetiza. Por ejemplo, el pensar, el sentir, y el actuar convergen
con su diversidad en función de la unidad interna, de la acción válida. Y algo
similar ocurre con la razón y la fe, lo terreno y lo eterno, la nación humana universal,
etc.
Si lo conjunto se percibiera
erróneamente como resultante de la simple sumatoria o agregación de intereses
personales, las resoluciones conjuntas no podrían surgir sino de procedimientos
de decisión basados en el peso relativo de las posturas diversas. Pero el
conjunto es algo más: es suma y estructuración dada por el “punto de interés”
que genera el ámbito.
Entonces, tenemos dos aspectos
en juego: uno es cómo se establece la convergencia de la diversidad, y el otro
es si la convergencia (lograda o por lograr) es coherente con el ámbito en que
se produce. Se podría producir la convergencia de la diversidad, pero una
convergencia tal que no haga a los mejores intereses del ámbito en el que se
produce o, peor aun, que sea perjudicial para dicho ámbito. O sea, si la
mayoría o todas las diversidades son divergentes del ámbito, y coinciden
(convergen) en algo que menoscaba las características fundamentales y objetivos
del ámbito. En breve: todos los participantes podrían estar de acuerdo en algo
que no es bueno para el conjunto o lo conjunto. De modo que la convergencia de la diversidad no es en
sí misma un valor absoluto si tal convergencia no es coherente con el ámbito en
el que se produce. Para esto hay que atender al punto de convergencia al que se apunta, y podría no ser prudente
darlo por obvio y sobreentendido.
El
punto de convergencia
Aquí también entra en juego otro
antepredicativo: ¿Qué es lo que se pone como referencia mayor en las
deliberaciones conjuntas? Algunos podrían opinar que lo más importante es que
todos estén de acuerdo en algo. Sin embargo, ¿sería igualmente importante aun
cuando ese acuerdo fuera en contra de los mejores intereses del conjunto?
Porque otros podrían considerar que lo más importante es que las deliberaciones
conjuntas resulten en lo que sea más conveniente para el conjunto, sea que el
resultado tenga perfecto encaje con los intereses personales de todos los
participantes (tanto mejor) o no.
Generalmente, en nuestras
actividades, el conjunto o lo conjunto están definidos en sus características
esenciales antes de que nos sumemos como participantes, y es consecuencia del
trabajo acumulado de muchos otros que nos precedieron. Este conjunto es
preexistente, y es el ámbito que establece una relación de un cierto tipo entre
nosotros. A este conjunto nos sumamos deliberadamente, sabiendo de antemano de
qué se trata. No es lo mismo que nuestra inclusión involuntaria en la sociedad,
en la que nos encontramos incluidos de hecho, por haber nacido en ella, sin
posibilidad de haber elegido si hacerlo o no. Cuando nos sumamos a un conjunto
nuestro, lo hacemos a sabiendas de que ya está definido en sus rasgos generales
con anterioridad, y que tenemos la opción de sumarnos o no. Estamos
refiriéndonos, por ejemplo, al “para qué” del ámbito, o proyecto de futuro
conjunto.
En tal caso, nos parece que las características primarias y fundamentales
del ámbito conjunto tienen primacía sobre los particulares intereses
personales de los individuos que no coincidan con aquellas. El ámbito conjunto
está definido con anterioridad a la participación del individuo, y es
desproporcionado e ilegítimo que el individuo exija que dicho ámbito se adecue
a sus intereses particulares (más aun si estos fueran ajenos al ámbito o
divergentes), de manera que se alteren sustancialmente sus rasgos primarios y
fundamentales. Es ilegítimo pretender que ese conjunto o lo conjunto se ajusten
siempre y en todo caso a nuestras particularidades, a las propias necesidades,
posibilidades, gustos, etc. Así como es incoherente que la parte se apropie del
todo.
En consecuencia, dicho individuo
debiera adecuar o resignar (según sea el caso) sus intereses particulares en
favor de lo conjunto, o bien abstenerse de participar en él.
Necesariamente, si las
resoluciones conjuntas debieran satisfacer todos los intereses particulares,
dichas resoluciones quedarían supeditadas a los intereses particulares que
estuvieran más alejados del interés conjunto: lo menos condicionaría a lo más.
Obviamente, en muchos casos no
existen garantías de que una resolución sea mejor para lo conjunto que otra.
Sin embargo, podemos tomar ciertos recaudos para aumentar las posibilidades de
que las resoluciones sean coherentes con lo conjunto. Estos dos aspectos – cómo
se genera la convergencia y su coherencia con lo conjunto – tendrían mayor
posibilidad de acierto si tomáramos algunos recaudos.
Los
recaudos al deliberar
El camino o recorrido del
pensamiento debiera partir por establecer las mejores referencias (las más
amplias, elevadas, e indubitables) referidas al conjunto y lo conjunto. Luego,
firmemente asentados allí, pasar a considerar cual sería la decisión que mejor
se ajusta a esas referencias.
Aparte de esto, cada uno podría
considerar en qué grado esa mejor decisión por lo conjunto concuerda con las
propias necesidades, posibilidades, gustos, etc. De todos modos, una decisión
conjunta que apunte a los mejores intereses del conjunto, con las más elevadas
referencias, siempre puede admitir distintos grados y modos de participación
según las posibilidades de aporte de cada uno, pero sin resignar los mejores
objetivos conjuntos. O sea, estamos valorando e integrando las diversidades en
tanto no diverjan del interés conjunto sino que aporten a su consecución con su
riqueza.
Por otra parte, si los
participantes adhieren a los intereses del conjunto, en el fondo no hay
conflicto de intereses entre participantes y conjunto: coherentemente, lo que
es mejor para el conjunto lo es para cada participante que, como tal, se
identifica con el interés conjunto. Entonces, si los participantes comprenden
esta conveniencia conjunta de proceso, ocasionalmente podrían resignar alguna
postura personal en favor del proceso conjunto, aunque circunstancialmente les
resultara inconveniente.
Dicho en términos simples, ante una situación en que se debe
reflexionar o deliberar sobre algo referido al conjunto, nuestras primeras
preguntas podrían ser algo así: ¿cuáles son los parámetros fundamentales del
conjunto?, ¿qué le conviene al conjunto?, ¿qué nos conviene como conjunto? Y la
respuesta a dichas preguntas guiaría nuestra deliberación. Ese es un camino del
pensar coherente con la participación en lo conjunto.
Quizá no sea siempre fácil
responderse esas preguntas, pero de esta manera nos aseguramos que al menos intentamos
responderlas según las mejores referencias que sirvan al conjunto. O sea, una dirección mental de superación de
límites, con la mira puesta en lo suprapersonal. Tampoco es de descartar que
podamos equivocarnos en las respuestas que nos demos; pero lo haremos
intentando lograr lo mejor.
Por otra parte, si las
características fundamentales del ámbito han sido explicitadas y aclaradas, se
supone que constituyen el punto de convergencia (o sea, el denominador común)
que originó el ámbito, que nos ha convocado a participar en él y que nos da
referencia.
El
desencaje entre lo personal y lo conjunto
Si, por el contrario, nos
preguntáramos algo así: ¿qué me conviene a mi personalmente?, ¿qué le conviene
al bando al que pertenezco?, ¿cómo hago para escatimar mi contribución al
conjunto para evitar esfuerzos y dificultades?, o similares, seguramente se
abriría una brecha con el conjunto que tendería a aumentar nuestro desencaje y
ángulo de desviación.
Estaríamos así poniendo en
evidencia que, como participantes, no estamos en plena consonancia con los
intereses del conjunto. Y si no estuviéramos en plena consonancia con los
intereses del conjunto, mal podríamos reclamarle al conjunto el que este no se
adecuara a nuestros intereses personales.
El acercamiento a lo conjunto
desde el “yo” o del bando, en vez del genuino “nosotros”, crea una condición
desfavorable para una participación no
posesiva y distendida en el mismo. Se parte de una diferenciación, una
brecha que genera reservas mentales a la hora de deliberar. Asimismo, tal vez
podría incluso producir una proclividad a la mala fe y la duplicidad para
sostener los intereses personales en conflicto con los intereses conjuntos. Más
aun si la simple protección de intereses personales pasa a ser una activa promoción
de los mismos, para que todos los adopten y sustituyan a los intereses
conjuntos del ámbito.
Si la dirección mental de
participación no está puesta primariamente en el desarrollo de lo conjunto
según los objetivos que le dieron origen, sino que está puesta en la
satisfacción de intereses personales, entonces la convergencia no será posible
ya que no hay un objetivo de convergencia común a todas las diversidades. En
tal caso, las diversidades serían, en términos geométricos, como rectas
alabeadas que nunca se encontrarán en el espacio porque no pertenecen al mismo
plano.
Estaríamos pensando lo conjunto
de la misma manera en que se expresa la desestructuración del medio en las
relaciones interpersonales y sociales. O sea, la afirmación y primacía del interés
particular por sobre el interés conjunto.
De manera que, en tanto y en
cuanto el pensar no sea convergente, el procedimiento formal por el que se
llegue a deliberar en conjunto seguirá teniendo una importancia relativa. Es
decir, el procedimiento formal no podrá
sustituir a un adecuado emplazamiento y una correcta dirección mental. Es
por este motivo, entre otros, que aquí nos abstenemos de considerar los pro y
contra de cualquier procedimiento formal de deliberación conjunta.
Si, por un lado, la afirmación
de lo personal fragmenta al conjunto en una miríada de particularidades
escasamente convergentes entre sí o incoherentes con lo conjunto, por otro
lado, y opuestamente, lo suprapersonal provee la referencia común capaz de
lograr la convergencia de las diversidades en pos de un objetivo común.
Dicho de otra manera, sólo la adhesión al objetivo común
habilitaría la convergencia de las diversidades. Opuestamente, la adhesión
negociada al objetivo común, es decir, en tanto y en cuanto satisfaga los intereses
personales, dificultaría enormemente tal convergencia.
Lo conjunto como resultante de
la sumatoria de lo personal hace que el desarrollo de lo conjunto quede librado
a lo circunstancial, lo mecánico, lo dado, etc. Sus resultados son azarosos, como
es errático lo no intencional.
Las
características fundamentales de lo conjunto como referencia conjunta y
personal
Sólo lo intencional puede dar
desarrollo coherente a lo conjunto, y esa intencionalidad tendría que apuntar a
que lo conjunto se desarrolle según las características fundamentales que le
dieron origen y razón de ser. Esas características fundamentales hacen a los
objetivos y la dirección general, diferenciando los primarios de los
secundarios, las estrategias de las tácticas, actividades y temas básicos, etc.
Entonces en las consideraciones deberá primar más el “nosotros” que el “yo”; y
más el “qué” y el “cómo” que el “quién” lo hace, lo dice, etc.
Se podría objetar que las
antedichas características fundamentales de lo conjunto no siempre son
evidentes para todos, y que aun lo evidente para todos tiene múltiples
interpretaciones e implementaciones. Esto es innegable, así como son
inevitables las dificultades de cualquier trabajo
en equipo de una cierta importancia.[3] Sin embargo, siempre será
más coherente, productivo y conducente tomar como centro de nuestras
deliberaciones una misma referencia común a todos, que perdernos en una babel
en la que cada uno delibera desde su propia particularidad. Como bien explicó
Silo en “Las condiciones del diálogo”[4]: “Así, para que un
diálogo sea coherente es necesario que las partes: 1. coincidan respecto al
tema fijado; 2. ponderen el tema en un grado de importancia similar y 3. posean
una definición común de los términos decisivos usados.”
Si una controversia radicara en
cuáles son los rasgos primarios y fundamentales del conjunto o lo conjunto,
habrá que dirimirla previamente como condición de partida, ya que mal se podrá
avanzar en la convergencia si el punto de convergencia no está claro y no es el
mismo para todos. Y si se aduce que algunos participantes desconocen las
características fundamentales de lo conjunto, habría que empeñarse en elevar el
nivel de información y comprensión, en lugar de resignarse a esa situación como
si se tratara de un hecho natural inmutable.
Por más que no existiera acuerdo
sobre todo y todas las cosas, siempre se podrá avanzar en base a acuerdos sobre
puntos mínimos y acuerdos sobre acciones concretas.
El
sentido personal de lo conjunto como referencia
En “Silo Obras Completas Vol. I. Habla Silo. Acerca de lo humano”, se
advierte: “Quiero decir: ‘Yo soy para mí’ y con eso cierro mi horizonte de
transformación”. La mira puesta en los objetivos y valores conjuntos
constituyen mi “horizonte de transformación” y me llevan a superar mis
limitaciones personales. Si mi horizonte de pensamiento, sentimiento y acción
se atiene estrictamente a mis límites dados y actuales, no hay posibilidad de
cambio ya que sólo se trataría de afirmar lo propio, lo presente y lo dado.
En otras palabras, poner como
referencia los intereses de lo conjunto, y aspirar a adecuar lo personal a
ellos, es lo que produce cambio y crecimiento más allá de las limitaciones
personales del presente. Esto vale tanto para el individuo como para el
conjunto mismo, y entonces aun los desaciertos pueden ser fuente de enseñanza y
crecimiento.
Además, es innegable la relación
que esta postura tiene con el “dar” desinteresado, con la “acción válida”;
mientras que la autorreferencia como medida de las propias acciones tiene el
olor viciado del “recibir” y del cálculo de retribución.[5]
En “Silo. Obras Completas I. Humanizar la Tierra. El Paisaje Interno. XV.
Dar y Recibir. 9”, se dice: “ ’Amar
la realidad que se construye’ no es poner como clave del mundo la solución a los
propios problemas”. Como siempre, la solución a los conflictos y
contradicciones se encuentra más allá del encerramiento en el “yo”.
Obviamente, no se propone el
olvido de sí mismo o el “sacrificio por la causa mayor”. Se requiere que cada
uno reflexione y concluya, por comprensión y en unidad interna, que el avance
de los mejores intereses del conjunto significa también, sin contradicción
alguna, su avance personal. Y su avance personal implica transformación de lo
que constituye su presente identidad y sus intereses personales hacia lo
suprapersonal. A esta conclusión se puede llegar por distintas vías.
Sintetizando lo dicho: Al destacar la
convergencia de la diversidad, estamos valorando de hecho la diversidad que
contribuya a lo conjunto, cosa que contraponemos a la uniformización, e
implícitamente afirmamos al conjunto como tal y como dador de coherencia a la
diversidad. Es decir, un conjunto es algo más que la simple agregación de
individualidades; es también un tipo de relación solidaria entre ellas y una
síntesis dada por el interés común que originó tal conjunto. Este ámbito que se
quiere conjunto establece libertad entre condiciones para la diversidad. Así
como la convergencia no debiera ser a costa de la diversidad, la diversidad no
debiera atentar contra la convergencia, sino colaborar con ella. En
consecuencia, la convergencia de la diversidad se alejará, por un lado, de los
individualismos excesivos y autorreferenciados; pero, por otro, también de los
verticalismos, centralizaciones, liderazgos personalistas, grupos de presión u
otras formas que contradijeran su carácter de ser algo conjunto, intencional y
libremente querido.
El pensar convergente posibilita
la convergencia de la diversidad en lo conjunto. El pensar divergente la
obstaculiza, al poner como primario la satisfacción de intereses personales en
dialéctica con los intereses conjuntos. El pensamiento convergente es el que
pone como primario los intereses conjuntos, y coherentemente intenta guiar los
pensamientos, sentimientos y acciones hacia dichos intereses. Ninguno de dichos
modos de pensar puede garantizar el acierto de las acciones. Sin embargo, el
pensar convergente garantiza la buena dirección mental y esta, a su vez, es la
que garantiza los mejores procesos evolutivos para los conjuntos y los
individuos.
Fernando
A. García, Julio del 2013
Correo: fernando120750@gmail.com /
Blog: http://fernandoagarcía.blogspot.com
Posdata a “El Pensar Convergente”
La convergencia de la diversidad
no es un mero tema organizativo, y tampoco es solamente un modo de relación
interpersonal o social. La convergencia de la diversidad es también un proceso psicológico personal y conjunto.
Los procesos psicológicos pueden ser de dos tipos: catárticos o transferenciales, con sus características distintivas
y sus distintas consecuencias. El considerar estos temas escindiendo las
conductas de los procesos psicológicos que les acompañan; o, en otras palabras,
no advertir la dimensión psicosocial de lo conjunto, no es sólo una ingenuidad
sino también un riesgo.
En este escrito hablamos sobre
algunos aspectos del pensar convergente, como por ejemplo el tema de los
antepredicativos. De estos, sólo tomamos algunos y dejamos de lado (por ahora)
un antepredicativo de importancia: el
clima personal que acompaña a la consideración del conjunto y lo conjunto.
Desde antiguo sabemos que el
centro emotivo es el “centro de gravedad” de los aparatos de respuesta. Su estado
y sus variaciones influencian el funcionamiento general de los aparatos de
respuesta. De manera que será muy importante el antepredicativo emotivo que acompaña la actividad de pensar lo
conjunto. Este antepredicativo emotivo influencia no sólo el pensar del
individuo, sino por extensión la dinámica de la relación conjunta dentro del
ámbito en cuestión.[6]
Como sabemos por el análisis e
interpretación de alegórica, los climas tienen un “argumento” que significa
tanto o más que las “imágenes” que se presentan en la alegorización. Esto se
expresa en las deliberaciones conjuntas, y cuenta tanto o más que las “razones”
(imágenes) que se presentan.
El clima más conducente a la
convergencia será aquel cuyo “argumento” sea de tipo transferencial,
reconciliador, integrador, y no catártico, que es campo fértil de las
compulsiones. Reconocer y aceptar de buen grado ser “una parte del todo”, y no
ser “el todo” es una condición prelógica, predialogal. Reconocer y valorar la
diversidad no es algo que se pueda hacer sólo con la cabeza, sino que también
debe mover al corazón. De lo contrario, los climas con “argumento” de
exclusión, de imposición, de confrontación, de descalificación, de intolerancia
de la diversidad, etc. no conducirán a buen puerto aunque las “razones”
(imágenes) aducidas sean “lógicas”, y se cumplan la etiqueta y el protocolo.
Esto no propone una forma de
relativismo amorfo, ni una ingenua moralina “buenista”. No quiere decir que
haya que estar siempre de acuerdo con todo y con todos. Tampoco sugiere que el
decir, por ejemplo, “sí, estoy de acuerdo” sea, en sí mismo, mejor que decir
“no, no estoy de acuerdo”. Como dijimos en este texto, el acuerdo no es por sí
solo un valor absoluto. Aquí hablamos del clima con el que se delibera,
aceptando o no opciones, y con el que finalmente se toman decisiones eligiendo
siempre entre condiciones. Esta precondición o predisposición emotiva parte,
por lo menos, de intentar abstenerse de afirmarse en climas con argumentos no
convergentes, e intentar dar lo mejor de uno mismo.
Fernando A.
García - http://fernandoagarcia.blogspot.com / email: fernando120750©gmail.com
[1] Entendido como “unidad sin uniformidad y diversidad sin
fragmentación”, este concepto ya se encontraba en los pueblos indígenas de
América del norte y en las sociedades taoístas del 400-500 A .E.C.
[2] Según el caso, “el conjunto” puede referirse a la Escuela, al
Movimiento Humanista y cada uno de sus organismos, a la comunidad de El Mensaje
de Silo, un Parque de Estudio y Reflexión, un Centro de Estudios, etc. “Lo
conjunto” puede referirse a los temas relevantes de esos ámbitos, o bien a
alguna actividad que involucra a todos los participantes de un ámbito (por ej.,
una actividad de difusión, funciones generales, etc.).
[3] Ver “Breves comentarios acerca del trabajo en
equipo”.
[4] Ver “Las condiciones del
diálogo” (Academia de Ciencias. Moscú, Rusia, 06/10/93) en Habla Silo. III. Conferencias. Silo – Obras Completas,
Vol. 1.
[5] Ver
“Testimonio: la actividad organizativa como acción válida”.
[6] Ver “Actitud dialéctica y actitud
intencional”. 26/05/08
thanks a lot for sharing.
ResponderEliminarTranslation into English soon to follow....
ResponderEliminarHola Fernando, please send me the English translation when its done.
EliminarThanks and a Big Hug,
Kurt
Sure thing, Kurt. Thanks for your interest and a warm hug 2U2, Fernando
Eliminareste escrito sobre la CONVERGENCIA de la diversidad reafirma la opinion personal que tengo sobre el tema, que intento llevar a los grupos donde me encuentre participando y7o deliberando
ResponderEliminargracias
Me alegra que coincidamos. Gracias por comunicarme tu opinión y los mejores deseos para tus actividades.
ResponderEliminarSiempre está muy bien escribir algo ya que se le da a alguien la oportunidad para que no lo lea, de hecho para que haya gente que no lea tiene que haber algo escrito previamente y así, siempre cabe la posibilidad de que algún desprevenido termine leyéndolo, como es mi caso. Muchas Gracias.
ResponderEliminarJe je ... No hay de qué, amigo "desprevenido". Gracias por tu comentario y... sigamos escribiendo para nosotros mismos y para algún que otro "desprevenido" más.
EliminarMuchas gracias Fernando, amplía el panorama y posibilita más la comprensión sobre este tema, pensaba al finalizar en el registro del pensar conjunto, relacionado tal vez en breves instantes con el clima emotivo que nombras en el epílogo, pero no siempre, pues sin duda se trata además de un registro de unidad interna, además de la distensión requerida para no sobreponer los intereses personales en algunos momentos, para lograr mejor una unidad de conjunto, pese al error, pese a la aparente divergencia y las improvisaciones, y que claro, no hayan garantías, queda muy claro cuando mencionas que tampoco se trata de menoscabar los fundamentos y objetivos del ámbito, es importante recordarlo y me parece muy bueno recordarlo así. Tal vez has considerado hablar mas sobre aquel registro que se tiene, hablo de aquel registro del nosotros, tal vez, donde pierdes tu interés individual ante algo nuevo y superior que va creciendo.
ResponderEliminarMuchas gracias por todos tus escritos, los seguimos con especial interés. Un abrazo.
Hola Daniel, muchas gracias por el diálogo que estableces con tus comentarios. Efectivamente, como bien dices, he considerado desde hace tiempo el registro del nosotros. Creo que todos nosotros lo hemos experimentado en alguna ocasión, y ello nos deja una añoranza -por así decir- que nos orienta a su repetición. Dentro de este blog encontrás unas experiencias guiadas que escribí ya hace varios años. Una de ellas se llama "La Fuente de Paz" y trata de suscitar o rescatar ese registro. Pero ese registro da para mucho más, y nos está llamando desde el futuro.
ResponderEliminarTe mando un cálido abrazo y mis mejores deseos...