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EL SER HUMANO COMO VALOR CENTRAL

Traducción al castellano del capítulo 2 del libro “Humanism in India”, de Fernando A. García. Texto original publicado en la “Revista Electrónica del Movimiento Humanista”, diciembre de 1996, 8, Pág. 38, Aportes: Conferencias y escritos.


Cuarto escrito de esta serie que trata algunos aspectos que hacen a la inteligencia conjunta de un grupo de personas con un proyecto en común. El Pensar Convergente toca el tema de la importancia de la subjetividad en la dinámica de los conjuntos y lo conjunto. 
LA DESCENTRALIZACIÓN COMO ESTADIO AVANZADO DE LA ORGANIZACIÓN


Fernando A. García, Buenos Aires, 4 de mayo de 2012. El primer escrito de esta serie, “La convergencia de la diversidad”, fue publicado en 2008 bajo el título “Actitud dialéctica y actitud intencional”. Este es el segundo escrito de esta serie.

SOBRE LA CONVERGENCIA Y LA DIVERSIDAD

Primer ensayo ("La actitud intencional y la actitud dialéctica") sobre un tema general central de la actividad humanista organizada. Buenos Aires, 26 de mayo de 2008

NOTA 4: EL PENSAR CONVERGENTE



Fernando A. García, Buenos Aires, 12 de agosto de 2013.

Introducción


Desde la visión siloista, la convergencia de la diversidad es un paradigma de los nuevos tiempos para los conjuntos humanos. El antiguo lema de “unidad en la diversidad”[1], si bien muy afín, no transmite tan claramente la dinámica de proceso y, por otra parte, la noción de “unidad” podría ser malinterpretada como uniformidad en desmedro de la diversidad.
Al hablar aquí de la convergencia de la diversidad, lo hacemos en referencia a nuestro/s conjunto/s y a los asuntos del conjunto en cuestión. Es decir, nos referimos al conjunto en general o bien a cualquier tema relevante que de este se considere.[2] Esto es lo que se pone en juego habitualmente cuando participamos en nuestras actividades conjuntas, o bien en ámbitos que surgen gracias a la interacción concertada de varios participantes.
Dentro del conjunto hay diversidades (personales o grupales) de muy variado tipo que pueden divergir –alejándose entre sí y/o del objetivo común- o bien converger, acercándose entre sí y/o al objetivo común. De modo que las diversidades pueden actuar de manera disgregante o congregante del conjunto, como fuerzas centrífugas o centrípetas según las intenciones que se pongan en juego. Para nosotros, “Las cosas están bien (en este caso las diversidades) cuando marchan en conjunto (convergentemente), no aisladamente (divergentemente)”.
Participar de un conjunto nos pone en situación de deliberar, de tomar decisiones. Para esto, generalmente hay que pensar y, siendo que es deseable hacerlo, mejor aun es reflexionar: pensar detenidamente con reversibilidad. Al participar en lo conjunto no podemos sustraernos al hecho de pensar lo conjunto de una cierta manera, sea que nos apercibamos de ella o no.
Aun si no se reflexionara en situación de deliberar, de todos modos previamente han existido –entre otros- pensamientos que quedaron sedimentados y que actúan como predialogales, condicionando respuestas a veces de manera refleja, sin mayor consideración.
El conjunto, y lo relativo al conjunto, se pueden pensar de distintas maneras. Esas distintas maneras de pensar lo conjunto tienen distintas consecuencias. Hay maneras de pensar lo conjunto que resultan conducentes a la convergencia de la diversidad, mientras que otras no lo son tanto o bien son abiertamente contraproducentes a esos efectos.
Como rara vez se explicitan las maneras de pensar lo conjunto, generalmente actúan como predialogales, como antepredicativos: por así decir, los tácitos del diálogo. Son “vías” y “recorridos” que toma el pensamiento, atendiendo generalmente al “paisaje” (circunstancias) que se va presentando, pero no siempre apercibiéndose de la “vía” o “recorrido” adoptado y sus características. Esto es similar a la llamada “forma mental”, que pone el ámbito que condiciona –entre otros- la aparición o ausencia de ciertos contenidos y su estructuración, pero que generalmente pasa des-apercibida mientras su fascinación está vigente.
El hecho de pensar en lo conjunto supone un “punto de interés” (o “punto de vista”) que generalmente está implícito en el recorrido del pensar y que lo precede. En otras palabras, el “punto de interés” estructura al pensamiento.
Si nos apercibimos de nuestra manera de pensar lo conjunto, quizá advirtamos o no que otros tienen otras maneras de hacerlo. Si nos apercibimos que hay otras maneras de pensar lo conjunto, quizá las descalifiquemos negando su validez o no. Si las aprobamos o las descalificamos, quizá podríamos hacerlo en función de que los resultados (conclusiones) de esas otras maneras de pensar coincidan o no con los resultados de nuestra propia manera de pensar. Es decir, podríamos aprobar o rechazar las conclusiones de otros modos de pensar, lo que ellos afirman o niegan, según sostengan o contradigan nuestra postura, quizá sin mayor reflexión sobre el camino del pensar usado por el otro. Esto sería una suerte de reflejo pragmático.

Conjunto e individuo


Por definición, el conjunto (y lo conjunto) excede al individuo: en el ámbito conjunto el individuo está incluido, participa y lo considera al tomar decisiones. Siendo el conjunto “el todo”, y el individuo “la parte”, no puede haber identidad o equivalencia entre individuo y conjunto. En otras palabras, conjunto no es igual o equivalente a individuo, y viceversa. Esta que es una obviedad en la teoría, no lo es tanto en la práctica.
Entonces, cuando se piensa lo conjunto, no se lo debiera pensar tal como se piensa lo personal: son dos objetos del pensar diferentes.
Cuando se evalúa algo, se reflexiona sobre algo, se emite opinión sobre algo, etc., se lo hace siempre e inevitablemente tomando referencias, en base a parámetros. Entre otros y por ejemplo, si todos y cada uno de los participantes en un conjunto entendieran (o exigieran) que lo conjunto debiera adecuarse a sus necesidades u opiniones particulares y satisfacerlas, consecuentemente lo conjunto debiera resultar de la sumatoria de todas las necesidades o exigencias particulares. Esta postura actuaría también como antepredicativo, con necesidades o exigencias particulares que podrían ser muy diferentes en los diferentes participantes.
En alguna medida, este modo de deliberación podría ser viable si todos los participantes (o una abrumadora mayoría) encuadraran sus necesidades u opiniones estrechamente de acuerdo con los parámetros del ámbito en el que participan. O sea, este camino desde lo particular (lo individual) a lo general (lo conjunto) sería viable si contáramos con un conjunto de participantes muy homogéneo (o sea, con escasa diversidad). Pero generalmente este no es el caso.
De modo que el camino de tratamiento de lo conjunto como resultante de la simple sumatoria de intereses personales conlleva el riesgo, más o menos cierto, de imposibilidad de una convergencia de la diversidad. Las diversidades existentes en el seno del conjunto, en tanto busquen su satisfacción sin otra referencia que ellas mismas, tienden a divergir entre si, ya que lo personal es por definición lo particular. Y lo particular, aunque constituyera eventualmente una mayoría, no necesariamente cumpliría una segunda condición: responder a los mejores intereses de lo conjunto.

Los mejores intereses de lo conjunto


Metódicamente hablando, y en términos procesales, el momento de complementación de las diferencias no surge por simple contraste de las mismas, sino por su estructuración coherente en función de la morfología del proceso del que forman parte. Y dicha morfología está dada por el “punto de interés”.
Dicho en otras palabras, las diferencias (o aparentes contradicciones) se relacionan (o reconcilian) cuando surge un “interés” común a ellas, y que las pone en función de algo que las subsume y sintetiza. Por ejemplo, el pensar, el sentir, y el actuar convergen con su diversidad en función de la unidad interna, de la acción válida. Y algo similar ocurre con la razón y la fe, lo terreno y lo eterno, la nación humana universal, etc.
Si lo conjunto se percibiera erróneamente como resultante de la simple sumatoria o agregación de intereses personales, las resoluciones conjuntas no podrían surgir sino de procedimientos de decisión basados en el peso relativo de las posturas diversas. Pero el conjunto es algo más: es suma y estructuración dada por el “punto de interés” que genera el ámbito.
Entonces, tenemos dos aspectos en juego: uno es cómo se establece la convergencia de la diversidad, y el otro es si la convergencia (lograda o por lograr) es coherente con el ámbito en que se produce. Se podría producir la convergencia de la diversidad, pero una convergencia tal que no haga a los mejores intereses del ámbito en el que se produce o, peor aun, que sea perjudicial para dicho ámbito. O sea, si la mayoría o todas las diversidades son divergentes del ámbito, y coinciden (convergen) en algo que menoscaba las características fundamentales y objetivos del ámbito. En breve: todos los participantes podrían estar de acuerdo en algo que no es bueno para el conjunto o lo conjunto. De modo que la convergencia de la diversidad no es en sí misma un valor absoluto si tal convergencia no es coherente con el ámbito en el que se produce. Para esto hay que atender al punto de convergencia al que se apunta, y podría no ser prudente darlo por obvio y sobreentendido.

El punto de convergencia


Aquí también entra en juego otro antepredicativo: ¿Qué es lo que se pone como referencia mayor en las deliberaciones conjuntas? Algunos podrían opinar que lo más importante es que todos estén de acuerdo en algo. Sin embargo, ¿sería igualmente importante aun cuando ese acuerdo fuera en contra de los mejores intereses del conjunto? Porque otros podrían considerar que lo más importante es que las deliberaciones conjuntas resulten en lo que sea más conveniente para el conjunto, sea que el resultado tenga perfecto encaje con los intereses personales de todos los participantes (tanto mejor) o no.
Generalmente, en nuestras actividades, el conjunto o lo conjunto están definidos en sus características esenciales antes de que nos sumemos como participantes, y es consecuencia del trabajo acumulado de muchos otros que nos precedieron. Este conjunto es preexistente, y es el ámbito que establece una relación de un cierto tipo entre nosotros. A este conjunto nos sumamos deliberadamente, sabiendo de antemano de qué se trata. No es lo mismo que nuestra inclusión involuntaria en la sociedad, en la que nos encontramos incluidos de hecho, por haber nacido en ella, sin posibilidad de haber elegido si hacerlo o no. Cuando nos sumamos a un conjunto nuestro, lo hacemos a sabiendas de que ya está definido en sus rasgos generales con anterioridad, y que tenemos la opción de sumarnos o no. Estamos refiriéndonos, por ejemplo, al “para qué” del ámbito, o proyecto de futuro conjunto.
En tal caso, nos parece que las características primarias y fundamentales del ámbito conjunto tienen primacía sobre los particulares intereses personales de los individuos que no coincidan con aquellas. El ámbito conjunto está definido con anterioridad a la participación del individuo, y es desproporcionado e ilegítimo que el individuo exija que dicho ámbito se adecue a sus intereses particulares (más aun si estos fueran ajenos al ámbito o divergentes), de manera que se alteren sustancialmente sus rasgos primarios y fundamentales. Es ilegítimo pretender que ese conjunto o lo conjunto se ajusten siempre y en todo caso a nuestras particularidades, a las propias necesidades, posibilidades, gustos, etc. Así como es incoherente que la parte se apropie del todo.
En consecuencia, dicho individuo debiera adecuar o resignar (según sea el caso) sus intereses particulares en favor de lo conjunto, o bien abstenerse de participar en él.
Necesariamente, si las resoluciones conjuntas debieran satisfacer todos los intereses particulares, dichas resoluciones quedarían supeditadas a los intereses particulares que estuvieran más alejados del interés conjunto: lo menos condicionaría a lo más.
Obviamente, en muchos casos no existen garantías de que una resolución sea mejor para lo conjunto que otra. Sin embargo, podemos tomar ciertos recaudos para aumentar las posibilidades de que las resoluciones sean coherentes con lo conjunto. Estos dos aspectos – cómo se genera la convergencia y su coherencia con lo conjunto – tendrían mayor posibilidad de acierto si tomáramos algunos recaudos.

Los recaudos al deliberar


El camino o recorrido del pensamiento debiera partir por establecer las mejores referencias (las más amplias, elevadas, e indubitables) referidas al conjunto y lo conjunto. Luego, firmemente asentados allí, pasar a considerar cual sería la decisión que mejor se ajusta a esas referencias.
Aparte de esto, cada uno podría considerar en qué grado esa mejor decisión por lo conjunto concuerda con las propias necesidades, posibilidades, gustos, etc. De todos modos, una decisión conjunta que apunte a los mejores intereses del conjunto, con las más elevadas referencias, siempre puede admitir distintos grados y modos de participación según las posibilidades de aporte de cada uno, pero sin resignar los mejores objetivos conjuntos. O sea, estamos valorando e integrando las diversidades en tanto no diverjan del interés conjunto sino que aporten a su consecución con su riqueza.
Por otra parte, si los participantes adhieren a los intereses del conjunto, en el fondo no hay conflicto de intereses entre participantes y conjunto: coherentemente, lo que es mejor para el conjunto lo es para cada participante que, como tal, se identifica con el interés conjunto. Entonces, si los participantes comprenden esta conveniencia conjunta de proceso, ocasionalmente podrían resignar alguna postura personal en favor del proceso conjunto, aunque circunstancialmente les resultara inconveniente.
Dicho en términos simples, ante una situación en que se debe reflexionar o deliberar sobre algo referido al conjunto, nuestras primeras preguntas podrían ser algo así: ¿cuáles son los parámetros fundamentales del conjunto?, ¿qué le conviene al conjunto?, ¿qué nos conviene como conjunto? Y la respuesta a dichas preguntas guiaría nuestra deliberación. Ese es un camino del pensar coherente con la participación en lo conjunto.
Quizá no sea siempre fácil responderse esas preguntas, pero de esta manera nos aseguramos que al menos intentamos responderlas según las mejores referencias que sirvan al conjunto. O sea, una dirección mental de superación de límites, con la mira puesta en lo suprapersonal. Tampoco es de descartar que podamos equivocarnos en las respuestas que nos demos; pero lo haremos intentando lograr lo mejor.
Por otra parte, si las características fundamentales del ámbito han sido explicitadas y aclaradas, se supone que constituyen el punto de convergencia (o sea, el denominador común) que originó el ámbito, que nos ha convocado a participar en él y que nos da referencia.

El desencaje entre lo personal y lo conjunto


Si, por el contrario, nos preguntáramos algo así: ¿qué me conviene a mi personalmente?, ¿qué le conviene al bando al que pertenezco?, ¿cómo hago para escatimar mi contribución al conjunto para evitar esfuerzos y dificultades?, o similares, seguramente se abriría una brecha con el conjunto que tendería a aumentar nuestro desencaje y ángulo de desviación.
Estaríamos así poniendo en evidencia que, como participantes, no estamos en plena consonancia con los intereses del conjunto. Y si no estuviéramos en plena consonancia con los intereses del conjunto, mal podríamos reclamarle al conjunto el que este no se adecuara a nuestros intereses personales.
El acercamiento a lo conjunto desde el “yo” o del bando, en vez del genuino “nosotros”, crea una condición desfavorable para una participación no posesiva y distendida en el mismo. Se parte de una diferenciación, una brecha que genera reservas mentales a la hora de deliberar. Asimismo, tal vez podría incluso producir una proclividad a la mala fe y la duplicidad para sostener los intereses personales en conflicto con los intereses conjuntos. Más aun si la simple protección de intereses personales pasa a ser una activa promoción de los mismos, para que todos los adopten y sustituyan a los intereses conjuntos del ámbito.
Si la dirección mental de participación no está puesta primariamente en el desarrollo de lo conjunto según los objetivos que le dieron origen, sino que está puesta en la satisfacción de intereses personales, entonces la convergencia no será posible ya que no hay un objetivo de convergencia común a todas las diversidades. En tal caso, las diversidades serían, en términos geométricos, como rectas alabeadas que nunca se encontrarán en el espacio porque no pertenecen al mismo plano.
Estaríamos pensando lo conjunto de la misma manera en que se expresa la desestructuración del medio en las relaciones interpersonales y sociales. O sea, la afirmación y primacía del interés particular por sobre el interés conjunto.
De manera que, en tanto y en cuanto el pensar no sea convergente, el procedimiento formal por el que se llegue a deliberar en conjunto seguirá teniendo una importancia relativa. Es decir, el procedimiento formal no podrá sustituir a un adecuado emplazamiento y una correcta dirección mental. Es por este motivo, entre otros, que aquí nos abstenemos de considerar los pro y contra de cualquier procedimiento formal de deliberación conjunta.
Si, por un lado, la afirmación de lo personal fragmenta al conjunto en una miríada de particularidades escasamente convergentes entre sí o incoherentes con lo conjunto, por otro lado, y opuestamente, lo suprapersonal provee la referencia común capaz de lograr la convergencia de las diversidades en pos de un objetivo común.
Dicho de otra manera, sólo la adhesión al objetivo común habilitaría la convergencia de las diversidades. Opuestamente, la adhesión negociada al objetivo común, es decir, en tanto y en cuanto satisfaga los intereses personales, dificultaría enormemente tal convergencia.
Lo conjunto como resultante de la sumatoria de lo personal hace que el desarrollo de lo conjunto quede librado a lo circunstancial, lo mecánico, lo dado, etc. Sus resultados son azarosos, como es errático lo no intencional.

Las características fundamentales de lo conjunto como referencia conjunta y personal


Sólo lo intencional puede dar desarrollo coherente a lo conjunto, y esa intencionalidad tendría que apuntar a que lo conjunto se desarrolle según las características fundamentales que le dieron origen y razón de ser. Esas características fundamentales hacen a los objetivos y la dirección general, diferenciando los primarios de los secundarios, las estrategias de las tácticas, actividades y temas básicos, etc. Entonces en las consideraciones deberá primar más el “nosotros” que el “yo”; y más el “qué” y el “cómo” que el “quién” lo hace, lo dice, etc.
Se podría objetar que las antedichas características fundamentales de lo conjunto no siempre son evidentes para todos, y que aun lo evidente para todos tiene múltiples interpretaciones e implementaciones. Esto es innegable, así como son inevitables las dificultades de cualquier trabajo en equipo de una cierta importancia.[3] Sin embargo, siempre será más coherente, productivo y conducente tomar como centro de nuestras deliberaciones una misma referencia común a todos, que perdernos en una babel en la que cada uno delibera desde su propia particularidad. Como bien explicó Silo en “Las condiciones del diálogo”[4]: “Así, para que un diálogo sea coherente es necesario que las partes: 1. coincidan respecto al tema fijado; 2. ponderen el tema en un grado de importancia similar y 3. posean una definición común de los términos decisivos usados.”
Si una controversia radicara en cuáles son los rasgos primarios y fundamentales del conjunto o lo conjunto, habrá que dirimirla previamente como condición de partida, ya que mal se podrá avanzar en la convergencia si el punto de convergencia no está claro y no es el mismo para todos. Y si se aduce que algunos participantes desconocen las características fundamentales de lo conjunto, habría que empeñarse en elevar el nivel de información y comprensión, en lugar de resignarse a esa situación como si se tratara de un hecho natural inmutable.
Por más que no existiera acuerdo sobre todo y todas las cosas, siempre se podrá avanzar en base a acuerdos sobre puntos mínimos y acuerdos sobre acciones concretas.

El sentido personal de lo conjunto como referencia


En “Silo Obras Completas Vol. I. Habla Silo. Acerca de lo humano”, se advierte: “Quiero decir: ‘Yo soy para mí’ y con eso cierro mi horizonte de transformación”. La mira puesta en los objetivos y valores conjuntos constituyen mi “horizonte de transformación” y me llevan a superar mis limitaciones personales. Si mi horizonte de pensamiento, sentimiento y acción se atiene estrictamente a mis límites dados y actuales, no hay posibilidad de cambio ya que sólo se trataría de afirmar lo propio, lo presente y lo dado.
En otras palabras, poner como referencia los intereses de lo conjunto, y aspirar a adecuar lo personal a ellos, es lo que produce cambio y crecimiento más allá de las limitaciones personales del presente. Esto vale tanto para el individuo como para el conjunto mismo, y entonces aun los desaciertos pueden ser fuente de enseñanza y crecimiento.
Además, es innegable la relación que esta postura tiene con el “dar” desinteresado, con la “acción válida”; mientras que la autorreferencia como medida de las propias acciones tiene el olor viciado del “recibir” y del cálculo de retribución.[5]
En “Silo. Obras Completas I. Humanizar la Tierra. El Paisaje Interno. XV. Dar y Recibir. 9”, se dice: “ ’Amar la realidad que se construye’ no es poner como clave del mundo la solución a los propios problemas”. Como siempre, la solución a los conflictos y contradicciones se encuentra más allá del encerramiento en el “yo”.
Obviamente, no se propone el olvido de sí mismo o el “sacrificio por la causa mayor”. Se requiere que cada uno reflexione y concluya, por comprensión y en unidad interna, que el avance de los mejores intereses del conjunto significa también, sin contradicción alguna, su avance personal. Y su avance personal implica transformación de lo que constituye su presente identidad y sus intereses personales hacia lo suprapersonal. A esta conclusión se puede llegar por distintas vías.
Sintetizando lo dicho: Al destacar la convergencia de la diversidad, estamos valorando de hecho la diversidad que contribuya a lo conjunto, cosa que contraponemos a la uniformización, e implícitamente afirmamos al conjunto como tal y como dador de coherencia a la diversidad. Es decir, un conjunto es algo más que la simple agregación de individualidades; es también un tipo de relación solidaria entre ellas y una síntesis dada por el interés común que originó tal conjunto. Este ámbito que se quiere conjunto establece libertad entre condiciones para la diversidad. Así como la convergencia no debiera ser a costa de la diversidad, la diversidad no debiera atentar contra la convergencia, sino colaborar con ella. En consecuencia, la convergencia de la diversidad se alejará, por un lado, de los individualismos excesivos y autorreferenciados; pero, por otro, también de los verticalismos, centralizaciones, liderazgos personalistas, grupos de presión u otras formas que contradijeran su carácter de ser algo conjunto, intencional y libremente querido.
El pensar convergente posibilita la convergencia de la diversidad en lo conjunto. El pensar divergente la obstaculiza, al poner como primario la satisfacción de intereses personales en dialéctica con los intereses conjuntos. El pensamiento convergente es el que pone como primario los intereses conjuntos, y coherentemente intenta guiar los pensamientos, sentimientos y acciones hacia dichos intereses. Ninguno de dichos modos de pensar puede garantizar el acierto de las acciones. Sin embargo, el pensar convergente garantiza la buena dirección mental y esta, a su vez, es la que garantiza los mejores procesos evolutivos para los conjuntos y los individuos.
          Fernando A. García, Julio del 2013


Posdata a “El Pensar Convergente”


La convergencia de la diversidad no es un mero tema organizativo, y tampoco es solamente un modo de relación interpersonal o social. La convergencia de la diversidad es también un proceso psicológico personal y conjunto. Los procesos psicológicos pueden ser de dos tipos: catárticos o transferenciales, con sus características distintivas y sus distintas consecuencias. El considerar estos temas escindiendo las conductas de los procesos psicológicos que les acompañan; o, en otras palabras, no advertir la dimensión psicosocial de lo conjunto, no es sólo una ingenuidad sino también un riesgo.
En este escrito hablamos sobre algunos aspectos del pensar convergente, como por ejemplo el tema de los antepredicativos. De estos, sólo tomamos algunos y dejamos de lado (por ahora) un antepredicativo de importancia: el clima personal que acompaña a la consideración del conjunto y lo conjunto.
Desde antiguo sabemos que el centro emotivo es el “centro de gravedad” de los aparatos de respuesta. Su estado y sus variaciones influencian el funcionamiento general de los aparatos de respuesta. De manera que será muy importante el antepredicativo emotivo que acompaña la actividad de pensar lo conjunto. Este antepredicativo emotivo influencia no sólo el pensar del individuo, sino por extensión la dinámica de la relación conjunta dentro del ámbito en cuestión.[6]
Como sabemos por el análisis e interpretación de alegórica, los climas tienen un “argumento” que significa tanto o más que las “imágenes” que se presentan en la alegorización. Esto se expresa en las deliberaciones conjuntas, y cuenta tanto o más que las “razones” (imágenes) que se presentan.
El clima más conducente a la convergencia será aquel cuyo “argumento” sea de tipo transferencial, reconciliador, integrador, y no catártico, que es campo fértil de las compulsiones. Reconocer y aceptar de buen grado ser “una parte del todo”, y no ser “el todo” es una condición prelógica, predialogal. Reconocer y valorar la diversidad no es algo que se pueda hacer sólo con la cabeza, sino que también debe mover al corazón. De lo contrario, los climas con “argumento” de exclusión, de imposición, de confrontación, de descalificación, de intolerancia de la diversidad, etc. no conducirán a buen puerto aunque las “razones” (imágenes) aducidas sean “lógicas”, y se cumplan la etiqueta y el protocolo.
Esto no propone una forma de relativismo amorfo, ni una ingenua moralina “buenista”. No quiere decir que haya que estar siempre de acuerdo con todo y con todos. Tampoco sugiere que el decir, por ejemplo, “sí, estoy de acuerdo” sea, en sí mismo, mejor que decir “no, no estoy de acuerdo”. Como dijimos en este texto, el acuerdo no es por sí solo un valor absoluto. Aquí hablamos del clima con el que se delibera, aceptando o no opciones, y con el que finalmente se toman decisiones eligiendo siempre entre condiciones. Esta precondición o predisposición emotiva parte, por lo menos, de intentar abstenerse de afirmarse en climas con argumentos no convergentes, e intentar dar lo mejor de uno mismo.
Fernando A. García - http://fernandoagarcia.blogspot.com / email: fernando120750©gmail.com



[1] Entendido como “unidad sin uniformidad y diversidad sin fragmentación”, este concepto ya se encontraba en los pueblos indígenas de América del norte y en las sociedades taoístas del 400-500 A.E.C.
[2] Según el caso, “el conjunto” puede referirse a la Escuela, al Movimiento Humanista y cada uno de sus organismos, a la comunidad de El Mensaje de Silo, un Parque de Estudio y Reflexión, un Centro de Estudios, etc. “Lo conjunto” puede referirse a los temas relevantes de esos ámbitos, o bien a alguna actividad que involucra a todos los participantes de un ámbito (por ej., una actividad de difusión, funciones generales, etc.).
[3] Ver “Breves comentarios acerca del trabajo en equipo”.
[4] Ver “Las condiciones del diálogo” (Academia de Ciencias. Moscú, Rusia, 06/10/93) en Habla Silo. III. Conferencias. Silo – Obras Completas, Vol. 1.
[5] Ver “Testimonio: la actividad organizativa como acción válida”.
[6] Ver “Actitud dialéctica y actitud intencional”. 26/05/08

EL SER HUMANO COMO VALOR CENTRAL


Traducción al castellano del capítulo 2 del libro “Humanism in India”, de Fernando A. García. Texto original publicado en la “Revista Electrónica del Movimiento Humanista”, diciembre de 1996, 8, Pág. 38, Aportes: Conferencias y escritos.


A través de los siglos el ser humano ha indagado acerca del mundo natural y social, y acerca del ser humano mismo. El ser humano ha estado tratando de encontrar el sentido de su mundo, de su propia vida, de la sociedad, la historia y la existencia.

Diversos fueron los que indagaron y las circunstancias en que lo hicieron, y diversas fueron la respuestas dadas. Esas respuestas fueron adoptadas por los pueblos en mayor o menor medida; a veces dentro, a veces más allá de las fronteras de la sociedad y los tiempos en los que tales respuestas surgieron. Las respuestas a los mismos temas cambiaron de acuerdo con los pueblos en los que surgieron y se difundieron; y aun una misma respuesta se transformó según los tiempos cambiaban.

En todos los casos, el ser humano estaba al centro: él era el que indagaba y él era el que rechazaba o adhería a los resultados de sus investigaciones.

Aquellas respuestas que se dio el ser humano se articularon en forma de filosofía, cultura, política, ciencia, y demás. Ellas fueron adoptadas por las sociedades como prendas para ser usadas hasta que se gastaran o fueran demasiado estrechas para abrigar su creciente comprensión y necesidad.

Menos frecuentes fueron los casos en los que aquellos investigadores indagaron acerca del investigador mismo, y se dieron cuenta de su papel activo como hacedor del sentido de los temas tratados. Por el contrario, su particular aprehensión del tema bajo examen fue tomada sin discusión como la realidad misma. O sea, les llevó a creer que su particular aprehensión del tema era la naturaleza misma de las cosas aprehendidas, que aquella era independiente de ellos mismos, de su modo de encarar el tema, de los medios usados y de las circunstancias de su investigación. Ellos soslayaron su papel activo en el configurar el modo en que la realidad se les aparecía.

Así, esta ingenuidad de la infancia del hombre implicó una sumisión ante los temas tratados o los resultados de su investigación. Los indagadores soslayaron a sí mismos como sujetos, los hacedores de sentidos, los creadores de los "objetos" que descubrían. Entonces, invirtieron los papeles, colocaron tales "objetos" como sujetos, dotándolos de intenciones, y se colocaron a sí mismos como “objetos” con intención subordinada o inexistente. Allí surgieron las avasallantes nociones de deidades, autoridades, el Estado, una "naturaleza" humana, un derecho "natural", el sentido de la existencia, la naturaleza, etc. El ser humano se vio a sí mismo como "objeto" sometido a las intenciones de cosas mayores o superiores a él mismo, y así se deshumanizó a sí mismo.

Por cierto, siendo diferentes los investigadores de un mismo tema, y al ser tomados sus resultados como la realidad misma, esto llevó a visiones contrastantes acerca de los mismos temas, y a conflictos más o menos cruentos. Como consecuencia, la "realidad" o la "verdad" de tales creencias fluctuó según el número y poder de los creyentes o el control ejercido sobre la gente. La historia está plagada de casos en los que aquellas nociones surgidas de la investigación del hombre fueron usadas como banderas para oprimir a la gente. Asimismo, esas visiones de las cosas a menudo implicó la justificación para que algunos monopolizaran y se impusieran a otros en nombre de tales "realidades" o "verdades". Se afirmó la intencionalidad de algunos tanto como se negó o avasalló la de otros. Así, se atribuyó a algunos la humanidad negada a otros. Los deshumanizados fueron vistos como objetos a ser tratados según las intenciones de sus deshumanizadores.

Citemos brevemente sólo unos pocos casos en los que el ser humano se degradó a sí mismo en el nombre de sus propias creaciones, desplazando al ser humano de su posición central:

·         El ser humano ha concebido deidades vengativas que castigaban tanto a creyentes como a infieles;

·         Modelos sociales que discriminaban a la gente y perseguían disidentes;

·         Modelos económicos que trataban al ser humano como mercadería a comerciar, o como meros productores o consumidores de bienes;

·         Visiones de la historia y de la humanidad que atribuían supremacía a los que las concebían;

·         Teorías científicas que reducían al hombre a ser un animal particular, y sus mejores sentimientos y aspiraciones a química cerebral o herencia genética;

·         Teorías sicológicas que veían al ser humano como marioneta manipulada por el medio ambiente;

·         Teorías ecológicas que consideraban al ser humano sólo como una entre tantas especies ... y como la más malvada de ellas;

·         Terapias que trataban al ser humano como máquina con repuestos a reemplazar o eliminar;

·         Sistemas educativos que trataban a los estudiantes como tablas rasas pasivas en las que grabar las nociones oficiales;

·         Teorías políticas que alentaban la supremacía, la conquista, la guerra y la depredación;

·         Religiones que practicaban más el poder y el control sobre los pueblos, que la ayuda para que estos encontraran a Dios en su propio corazón y en sus semejantes;

·         Filosofías que colocaron un Estado, una iglesia, una clase, o simplemente el absurdo y el nihilismo por encima del ser humano. La paradoja última fue oprimir y asesinar en el nombre de la libertad, tal como algunos la concebían.

En tales casos, no se puso al ser humano (o la vida humana) como valor central. Se dio más importancia a otras concepciones o a otros valores. Se colocaron otros valores por encima del hacedor de tales valores: el ser humano mismo. Por lo tanto, en vez de concebirlos en función de estar al servicio del crecimiento de la libertad y la felicidad del ser humano, se convirtieron en cadenas que ataron a sus propios artífices.

El ser humano ha estado sufriendo y muriendo en nombre de deidades, poderes, ideas y modelos que él mismo ha creado y en los que ha elegido creer. En todo momento el ser humano estaba al centro, eligiendo creer o no creer en aquellos, actuar en base a esas creencias o no hacerlo.

Hoy en día la amenaza se renueva al entronizar el dinero, el rédito y un cierto sistema económico como nuevas deidades. Las llamadas fuerzas ciegas o imparciales del "libre mercado" son enarboladas por encima del ser humano, como nuevas deidades a propiciar con el sacrificio de vidas humanas. Se atropella la vida humana en la desesperada carrera del pragmatismo de conveniencia, de la posesión de objetos, del trepar hacia al éxito.

En todo esto el ser humano ha supuesto a sus propias construcciones mentales como realidades operantes por sí mismas, independientemente del modo de concebirlas. Sin embargo, progresivamente, en la humanidad está alumbrando el hecho que la realidad parece ser según la "mirada" del observador. Cada "mirada" particular construye una "realidad", un "paisaje", del que resultará mayor o menor felicidad, mayor o menor libertad para el mismo creador de tal visión.

¡Cuán absurdas o ingenuas parecen nuestras viejas creencias cuando son reemplazadas por otras! ¡Cuán irracionales pueden parecer cuando las desproveemos del poder sugestivo con que las dotamos! ¡Cuán dispuestos estamos a abrazar sin discusión nuevas creencias, olvidando convenientemente cuán ciegamente una vez adherimos a las creencias caídas! ¡Cuán reacios somos a investigar nuestras actuales creencias! Por consiguiente, que el ser humano halle sentidos que vayan a favor de la vida, de la felicidad y la libertad. En resumidas cuentas, que el ser humano halle sentidos que vayan a favor de sí mismo: el hacedor mismo de sentidos.

Si pudiéramos reflexionar desapasionadamente sobre todo esto, nos daríamos cuenta de la sabiduría del respetar la pluralidad y la diversidad, del reconocer la esencial igualdad de todos los seres humanos, del desarrollar la investigación más allá de las "verdades" establecidas, del rechazar toda forma de violencia y discriminación.

Poner al ser humano como valor central no significa abandonar la búsqueda de, o la adhesión a, nuevas nociones del hombre, la sociedad, la historia, las deidades, la ciencia, etc. Por el contrario, el Nuevo Humanismo alienta una libre investigación en todos los campos. Sigamos tan solo siendo conscientes del hecho que los resultados de nuestras investigaciones serán siempre un modo de ver las cosas, y que mayores o mejores modos pueden aguardar al ser humano en el futuro.

Poner al ser humano como valor central implica que las consecuencias de tales investigaciones deban sumar a la felicidad y libertad de todos, en vez de convertirse en un pretexto más para renovar la violencia y la discriminación. En otras palabras, que nuestras ideas y creencias -y sobre todo acciones- estén al servicio de la superación del dolor físico y del sufrimiento mental. Que contribuyan no sólo a la libertad y la felicidad del que las comparte, sino también de todos.

Todo lo anterior está condensado en el lema humanista "Nada por encima del ser humano, y ningún ser humano por debajo de otro", basado en la regla de oro universal que sugiere: "Trata a los demás como quieres que te traten".



RESUMEN

No se pone al ser humano como valor central cuando se compromete su felicidad y libertad en razón de algo que se considera superior a, o más grande, que ellas. Por el contrario, se pone al ser humano como valor central cuando todo se pone al servicio de su felicidad y libertad, o, en otras palabras, al servicio de la superación del dolor y del sufrimiento.

Siendo que la felicidad y la libertad deben ser para todos, y no para algunos, poner al ser humano como valor central también implica afirmar la esencial igualdad de todos los seres humanos, reconocer su diversidad personal y cultural, desarrollar el conocimiento más allá de lo aceptado como verdad absoluta, sostener la libertad de pensamiento y creencia, y repudiar toda forma de violencia.

Todo lo anterior está condensado en el lema humanista "Nada por encima del ser humano, y ningún ser humano por debajo de otro".



Fernando Alberto García // Correo: fernando120750@gmail.com

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