APUNTES DE LA NO-VIOLENCIA: SI VERDADERAMENTE ODIAS A TU ENEMIGO, DEBERÁS RECONCILIARTE CON ÉL
Según nuestra Psicología, dentro del circuito del psiquismo, la toma de re-alimentación de los actos internos y las acciones externas permite su registro concomitante. En palabras simples, hay una sensación simultánea de todo aquello que se piensa, se siente y se hace.
La violencia, sufrida o
ejercida, no es una excepción: es
registrada por los sentidos internos y se graba en memoria. Esta memoria de la
violencia no está constituida por
“fotos” estáticas y neutras, sino por
pensamientos, climas, emociones, tensiones corporales, cambios vegetativos, etc.
Son grabaciones de toda la estructura psicofísica en dinámica.
A tal registro se le
asocian –aperceptivamente o no- los recuerdos, climas y tensiones que son homogéneos con ese registro de la violencia. Se
moviliza asílo peor de uno mismo, y ello, como copresencia del “mirar”,
refuerza una percepción condicionada
del mundo. Se construye una cierta “mirada” y una cierta “realidad”. Pero ¿se
podrá amar esa “realidad” que se
construye? Es muy improbable.
Asíla violencia
reiterada condiciona y compromete nuestra identidad (o sea, quienes somos) y
nuestro futuro (o sea, a dónde vamos).
Esta huella predispone a reincidir en el mismo comportamiento interno ante la violencia,
que será básicamente catártico o transferencial.
Esta huella cenestésica tiene su efecto sobre el propio
cuerpo, predisponiendo a somatizaciones de diverso tipo y grado de gravedad. Además, esto tiene un correlato en el propio
circuito energético, generando
ausencias y acumulaciones de energía que impiden la normal circulación de la energía. La enfermedad aparecería
asícomo una de las consecuencias de dicha somatización de la violencia.
Los estados internos bajos por
los que se transita dejan de ser algo ocasional, para convertirse en el “mundo”
en que se habita cotidianamente. Se van cerrando asílas posibilidades de acceso
a estados internos más elevados.
La “mirada” violenta configura
un “paisaje interno” poblado de enemigos y acechanzas, de aliados y traidores,
de victorias y derrotas, de revanchas y venganzas. El “mundo” del violento se
convierte en campo de batalla de una guerra permanente. Es un “mundo” que se
deshumaniza día a día. Pero ese “mundo” es la proyección ignorada (ingenua) de su
“paisaje interno”. Así como el sufrimiento mental es ilusorio, la “mirada”
violenta no lo es menos: ella se asienta en la violencia interna que es también sufrimiento.
En síntesis, el
victimario de la violencia es la primera víctima directa de ella.
La causa que se
invoque para ejercer violencia no la justifica. Cualquier causa se puede llevar
adelante sin violencia interna. Para ello es necesario tener una perspectiva más elevada que nos ponga a salvo del resentimiento
y del odio. Esa perspectiva no es dada naturalmente, sino que es intencional y
fruto de la reflexión. Como decía un
sabio guía y querido amigo: “La violencia empieza por la cabeza, baja al
corazón y termina en el puño”.
La violencia es un indicador
de falta de fuerza, de bondad y de sabiduría, con el grado de desproporción que sea. Falta fuerza, porque el
irrefrenable deseo de posesión, la
ausencia de fe interna y los temores son precursores de la violencia. Falta
bondad, si nuestro amor y nuestra compasión
no bastan para tratar a los demás como quisiéramos ser tratados. Falta sabiduría, porque no hay una visión que reconcilie y vuele por sobre los
aparentes opuestos que alimentan el conflicto, y no se comprende que no se ha
elegido ningún bando.
Si la violencia surge como
compulsión que orienta a la descarga
de tensiones, es porque hay tensiones; o sea, que hay un estado interno y una “mirada”
que posibilitan el surgimiento de tales tensiones hasta un grado intolerable.
Por ejemplo, ante la agresión de una
fiera salvaje, uno puede verla como un animal desprovisto de intencionalidad e
incapaz de personalizar su agresión.
La incapacidad y el desequilibrio mental de muchos violentos no distan mucho de
tal condición. Qué decir de quien, presa de su avidez compulsiva, persigue sus
groseros deseos buscando afirmarse en la indiferencia cínica con la que soslaya
la violencia que crea a su alrededor. “Aprende bien lo que voy a decirte: no
hay hombres buenos ni hombres malos. Donde no hay libertad no hay bien ni mal,
todo sucede a pesar del hombre.” Dijo Silo.
La violencia
produce un provisorio alivio de tensiones por el frenesíembriagador de la
descarga catártica. Confundiendo
registros por ignorancia o mala fe, se la puede interpretar como unidad interna
o, peor aun, como acción válida. Pero, si se la examina de cerca, la
compulsión no puede ser equiparada a
la unidad interna, y por cierto que faltarán
los indicadores de la acción válida. La violencia interna o externa son
registros que nos dañan, y no bastará
justificarlos por las supuestas “razones” que esgrimamos. No bastará
justificarlas por la violencia sufrida ni por la maldad de otros que se alega.
La indignación y la reprobación moral ante la violencia de otros no son razón suficiente para ser violentos como represalia.
La violencia nos convierte en víctimas de ella, nos daña y desintegra, sea que logremos ejercerla con éxito sobre otros o no.
La violencia no es
natural en el ser humano; sino un estadio de su desarrollo. El concebir a otros
como enemigos a dañar o eliminar
pertenece a la infancia de la conciencia. “Ni aun lo peor del criminal me es
extraño. Y si lo reconozco en el
paisaje lo reconozco en mi”. Es posible lograr instalar una configuración de conciencia no violenta. Pero sólo una sentida admisión del fracaso interno y de la
inconveniencia de la violencia pueden abrirnos las puertas internas para
liberarnos de ella.
La
reconciliación ante la violencia
sufrida no puede ser sólo paliativa;
también debe ser preventiva,
eliminando las raíces que la violencia haya echado en nuestro interior. Se
deberá progresar más allá de una actitud dialéctica y reactiva, para instalar una actitud
intencional que supere la violencia en función
de algo más grande y más elevado.
Si verdaderamente odias
a tu enemigo, deberás reconciliarte con
él. Lo harás porque él te daña y te vence con esa violencia que dejas
crecer en ti y te carcome. Deberás
decidir quién gobierna de hecho tus
acciones, y no podrás seguir
permitiendo que tus enemigos dicten las condiciones en que vives. Lo harás también
porque tu sentido de vida, querido con mucha más
fuerza que tu odio, es incompatible con el resentimiento y la venganza.
Y el primer paso para vencer a tu enemigo será
hacer algo para que pierda el carácter
de tal.
Ya en el orden
social, hay quienes buscan amparar su violencia en los ideales que dicen
defender para los demás. Combaten la
violencia con una violencia que no es sólo física.
Sin embargo, ningún cambio o
construcción social o cultural son muy
interesantes, ni tienen mayores posibilidades de desarrollo, si están fundados sobre la violencia, sobre
actitudes reactivas o revanchistas. Las mejores causas no son las que necesitan de,
o se complacen en, la humillación o la
eliminación de los que se conciben
como enemigos. Las mejores causas no son las de carácter catártico, sino las
de carácter transferencial.
El reconocer y erradicar la
violencia en nosotros mismos cambia radicalmente tanto la concepción como la metodología de todo cambio social
al que se aspire. No habrá verdadero
cambio social sin cambio interno, y tampoco servirá postergar uno pretendiendo
realizarlo recién después de haber logrado el otro. Esto es tan
ingenuo como el creer que los eventos del mundo externo están disociados del mundo interno.
Estamos diciendo
que la toma de realimentación del
psiquismo, con la que abrimos esta charla, también vale para lo psicosocial. O sea, todo lo que se dijo referido a
la violencia en lo personal y lo interpersonal, también se aplica por analogía y extensión a los conjuntos humanos. Pero esto merece otra charla.
Fernando A. García, Parques de
Estudio y Reflexión - La Reja,
encuentro estacional del 22 de septiembre 2012.
Sitio web: http://fernandoagarcia.blogspot.com /
Email: fernando120750@gmail.com
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