NUESTRA POLÍTICA HUMANISTA: ¿EN QUÉ MUNDO SE INSPIRA?

APUNTES DE UN INTERCAMBIO DE FERNANDO GARCIA CON AMIGOS DEL PARTIDO HUMANISTA DE INDIA. Encuentro semestral de India con amigos del Movimiento Humanista y de El Mensaje de Silo. Madhupur (Jharkhand, India), 18-20 de julio, 2014.

Queridos amigos, como ustedes saben, ya no colaboro con el Partido Humanista de India, y quizá no conozca muchos detalles de la política del medio y su democracia formal. Sin embargo, como siloista y como parte del Movimiento Humanista, observo la escena sociopolítica, y creo estar suficientemente capacitado como para distinguir lo que es humanista de lo que no lo es y, consecuentemente, tener una visión sobre lo que a mi juicio nos conviene y lo que no. Y como he sido invitado a compartirla, lo haré ahora con ustedes, y ustedes, obviamente, son libres de coincidir o no.
Como humanistas, nuestro accionar en el medio está inspirado, fundamentado y encuadrado por el pensamiento de nuestro fundador, Silo. Este pensamiento se encuentra en sus Obras Completas, cuya vigencia –lejos de disminuir con el pasar del tiempo y los acontecimientos- sigue creciendo y reforzándose.
Uno de los principales ejes de su visión y su acción es la percepción de la crisis terminal de un mundo viejo y el laborioso surgimiento de un mundo nuevo, contexto en el que se plantea nuestra tarea conjunta como referencia.
Esto fue anticipado por Silo desde los comienzos mismos de su obra, y hemos asistido a su puntual cumplimiento a través de décadas. Y no sólo hemos asistido, sino que hemos trabajado en la construcción de una alternativa al mundo viejo y una referencia para el mundo nuevo. Es decir, siempre hemos actuado en función del mundo nuevo al que aspiramos.
La marcha del mundo viejo hacia su ocaso opera por proceso, independientemente del voluntarismo de unos u otros. Nosotros nos ocuparnos de construir la referencia para el nuevo mundo. Citando a Silo: “El colapso del sistema global ocurrirá por la lógica de la dinámica estructural de todo sistema cerrado en el que necesariamente tiende a aumentar el desorden. … Que todo termine en un caos y un reinicio de la civilización, o comience una etapa de humanización progresiva ya no dependerá de inexorables designios mecánicos sino de la intención de los individuos y los pueblos, de su compromiso con el cambio del mundo y de una ética de la libertad que por definición no podrá ser impuesta.[1]
La violencia en todas sus múltiples formas y la discriminación son parte de la genética del agonizante mundo viejo que rechazamos. Esto se traduce de muchas maneras, entre ellas, el chovinismo, la concentración de poder, la manipulación, la uniformización, la traición a uno mismo, a los demás y a los acuerdos, el relativismo ético, el maquiavelismo, el personalismo, los dobleces, el autoritarismo, el gradualismo retardatario, el pragmatismo sin ética, el coyunturalismo miope, las burocracias anquilosadas, los monopolios de todo tipo, el individualismo, el cinismo, la confrontación dialéctica, la venalidad, los maniqueísmos, el revanchismo, etc.
La lista es por cierto larga y más aun su explicación; pero en todo caso se trata de características conductuales y psicológicas que son ajenas al mundo nuevo al que aspiramos. La suma de ellas configura una sensibilidad obsoleta, inadecuada al crecimiento del ser humano, de su felicidad y su libertad.
Nuestra expresión política humanista no es un universo encerrado en sí mismo, aislado de las demás expresiones del pensamiento de Silo y de los organismos del Movimiento Humanista. Como parte del Movimiento Humanista, le caben las mismas consideraciones que hemos hecho. El Partido Humanista como organismo es, antes que nada, expresión del Humanismo Universalista en el campo de la política. Esto es más importante que el hecho de ser un partido político. Por ello es que en sus comienzos declaramos que el Partido Humanista es “algo más que un partido”.
El cambio mundial que divisamos y que impulsamos como conjunto no es meramente un cambio político, sino mucho más: es un cambio integral de tipo social, cultural y espiritual. Sin ese cambio integral, ningún logro político dentro de una democracia formal y de una crisis mundializada será más que parcial y endeble. Sin esta perspectiva, nuestra acción política y nuestro partido no tendrán aquel “algo más”, sino que serán sólo más de lo mismo.
Por ello es que nuestra acción política humanista debiera siempre y en todo momento elegir, cualesquiera sean las condiciones entre las que deba hacerlo, por aportar al nuevo mundo al que aspiramos. Asimismo, en todo momento debiera elegir por no adaptarse –sea por resignación o por cálculo- a los ideologemas, los anti-valores y las prácticas del viejo mundo que muere, porque entonces tendrá su mismo destino. En todo caso, sería un gran contrasentido aspirar a un mundo nuevo mientras se usan las viejas formas para colaborar activamente en remendar el mundo viejo.
En épocas de crisis como la actual, prosperan ideologemas que pretenden representar a la realidad misma, dando falsas referencias y prometiendo soluciones ilusorias. Su influencia no se basa en su bondad, sino precisamente en que aprovechan la vulnerabilidad mental y emocional de las poblaciones en crisis. Nuestra propuesta humanista debiera mantener su identidad, sin hacerse eco de su canto de sirenas.
Los partidos políticos y sus líderes mesiánicos surgen y caen, hecho recurrente que rompe ilusiones y aumenta el descrédito. Si nuestra acción se subordinara a esos vaivenes del medio en crisis de desestructuración, se externalizaría el centro de gravedad de nuestro proceso al actuar de manera refleja y dependiente.
Asimismo, lo que es “normal” o “natural” en la política y en los partidos políticos no debiera serlo en nuestra acción política y en nuestro Partido Humanista. No surgimos para ser domesticados y asimilados a su democracia formal, sino para darle nuestra referencia y contribuir a cambiarla en democracia real. Siempre será más coherente fracasar en este intento digno, que lograr el “éxito” ilusorio a corto plazo por sumar al sistema y restar a nuestra coherencia como humanistas.
Si adoptáramos los medios del mundo viejo para lograr nuestros fines del mundo nuevo, no seríamos muy diferentes de sus personeros. Es decir, afirmaríamos que el fin justifica los medios, aduciendo –como hacen ellos- que nuestro fin es mejor que el de otros. Si así lo hiciéramos, deberíamos revisar esos fines que se declaran, y ver si es que realmente son los que compartimos, ya que en nuestra ética humanista no hay contradicción entre fines y medios. Nosotros no sólo rechazamos las prácticas del mundo viejo en aquellos que no son parte de nuestro conjunto, sino también entre nosotros mismos.
En línea con lo anterior, y en términos también válidos para cualquier organismo del Movimiento Humanista, resulta por demás inconveniente que nuestra adhesión o rechazo personal a los bandos en pugna en el medio se esgriman hacia adentro de manera tal que generen o exacerben escisiones internas. Esto no sólo perjudica al conjunto, sino que es un error psicológico. No se promueve así la convergencia de la diversidad, sino que se pone la “victoria” del propio bando y la “derrota” del otro por encima de la cohesión conjunta. Mientras la búsqueda de la convergencia de la diversidad es propia del mundo nuevo –y ello nos une y fortalece-, la confrontación dialéctica excluyente es propia del mundo viejo -y ello nos divide y debilita.
Más aun, lo nuestro no pasa principalmente o exclusivamente por apoyar o rechazar los bandos de un mundo viejo, sino por desarrollarnos y posicionarnos como referencia autónoma para el mundo nuevo. Esto implica, entre otros, el crecimiento de una base humana activa, coordinada e ideológicamente esclarecida que elabore nuestras propuestas e influencie con ellas. Esto implica que nuestra propuesta humanista no sólo deberá basarse en denunciar la violencia en todas sus formas, sino principalmente y en estos tiempos en aportar con la elaboración creativa y original de nuestras propias soluciones.
No está de más recordar que nunca firmamos un cheque en blanco y sin fecha a personajes u organizaciones, sean nuestros o del medio; sino que procedemos apoyando o rechazando hechos y conductas según que éstas se acerquen o se alejen de nuestro Humanismo Universalista.
Nuestra forma de trabajo no es individualista, ya sea dentro de conjuntos, equipos o redes. Las funciones conjuntas son del conjunto, y no de individuos o bandos. Esta es la sensibilidad del mundo nuevo, y despreciarla es la del mundo viejo.
Los conjuntos mejoran a sus individuos, y los individuos que se disocian de los conjuntos se desmejoran. Se disocian de los conjuntos por igual quienes sostienen posiciones monopólicas como quienes lo hacen porque fracasan en una pretensión similar. Se disocian también quienes escatiman su apoyo cuando hay problemas que afrontar. Se disocian quienes persiguen sus intereses personales desconociendo al conjunto. No obstante sus justificaciones, objetivamente deterioran la cohesión conjunta y la convergencia que son tan necesarias en este momento.
Para terminar, en momentos de crisis, cambio y desestructuración como el actual, no actuamos para sumarnos al desvencije y relativismo ético, sino todo lo contrario: para compensarlo y para dar referencia del mundo nuevo que se avecina y de su nueva sensibilidad naciente.
No es este el momento de ir contra la evolución de las cosas adaptándose a un mundo que muere, sino de adaptarse al que está naciendo. No es el caso de seguir emparchando lo que no tiene remedio, sino de aportar a la construcción del nuevo mundo que ya está surgiendo. Sólo se pueden alimentar gradualismos y reformismos retardatarios en quienes la quimera del viejo mundo agonizante es aún más real que la evidencia del nuevo mundo naciente.  Llegó el momento de dejar atrás las ruinas de un mundo viejo, y avanzar con resolución hacia un mundo nuevo.
Como síntesis de nuestra postura, vale citar las palabras de Silo: “Por ello es necesario comprender procesos más amplios que simples coyunturas y apoyar todo lo que marche en dirección evolutiva aun cuando no se vean sus resultados inmediatos. El descorazonamiento de los seres humanos valerosos y solidarios retrasa el paso de la historia. Pero es difícil comprender ese sentido si la vida personal no se organiza y orienta también en dirección positiva.” [2]
Amigos míos, en este difícil presente, aspiramos a encarnar la nueva sensibilidad del ser humano del futuro, y así liberarnos del pasado deshumanizante. Los voceros del mundo viejo siempre han intentado desalentarnos y descalificarnos, tachándonos de ingenuos, idealistas y utópicos. Pero la historia muestra que su mundo viejo marcha hacia un ocaso de nihilismo y entropía, mientras que nuestro mundo nuevo se hace cada día más posible, más necesario, y más deseable. Como bien dijo Silo: “… los triunfadores de hoy no tienen asegurado el futuro. Porque una nueva espiritualidad comienza a expresarse en todo el mundo.” En definitiva, la historia muestra que si bien suyo es el presente, el futuro es nuestro.
¡Paz, Fuerza y Alegría para todos!

Fernando A. García (fernando120750@gmail.com)



 


[1] Silo Obras Completas Vol. I. Cartas a Mis Amigos. Cuarta Carta a Mis Amigos. 8. La violencia, el Estado y la concentración de poder.
[2] Silo Obras Completas Vol. I. Cartas a Mis Amigos. Segunda Carta a Mis Amigos – 5 de diciembre de 1991

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