LA ATENCION Y LA ESPIRITUALIDAD
(APUNTES SUELTOS DE EXPERIENCIA Y REFLEXION)
Fernando A. García,
Centro de
Estudios, Parque de Estudio y Reflexión Punta de Vacas.
10 de octubre de
2014.
Las grandes
tradiciones de la mística y la espiritualidad han desarrollado el recurso de la
atención como parte integral de sus prácticas. Dejando de lado los casos
patológicos y las prácticas crepusculares, la oración, la meditación, la
contemplación, y otras prácticas espirituales dan sus mejores frutos gracias a
la intensidad, la permanencia y la dirección selectiva de la atención.
Esto es así
también en nuestro contexto. Se puede decir que no hay desarrollo de la
espiritualidad si no hay manejo de la atención. Y de ello dan fe las múltiples
alusiones en nuestros textos.
Sin embargo, a
veces el manejo de la atención es obviado, dándolo por sobreentendido, entre
quienes tienen manejo de ella; pero también entre quienes no lo tienen, porque
ignoran su importancia.
La presencia de lo
sagrado en uno mismo puede surgir y hacerse clara a la conciencia, con gran
evidencia, cuando no está mezclada con mecanismos de tipo alucinatorio o
ilusorio. Es decir, en los niveles más altos de conciencia.
Aunque los signos
de lo sagrado se manifiesten en todo aquello que sea conciencia y su
desarrollo, estos signos se manifiestan altamente en los niveles superiores de
la conciencia humana.
De modo que
aspirar a reconocer los signos de lo sagrado – en uno mismo y fuera de uno
mismo – implica poder superar la
alucinación y la ilusión que oscurecen y distorsionan su percepción, elevando
el nivel de conciencia.
El sentimiento
religioso que alimenta esta búsqueda de lo sagrado se registra cuando la
conciencia opera con calma, con atención y vigilancia sobre sí misma.
Sé que cuando mi
yo “medita cuidadosamente en humilde búsqueda”, mi conciencia está operando de
ese modo.
Así obtengo las
mejores respuestas a mis preguntas por “quién soy” y “hacia dónde voy”.
Así, reconozco que
cuando una alegría inmensa me ha sobrecogido; cuando una comunión perfecta con
todo me ha extasiado; cuando una comprensión total me ha invadido; es también
porque mi conciencia se encontraba en ese estado.
Por ello aparecen
ligados indisolublemente en la frase: “he roto mis ensueños y he visto la realidad de un modo nuevo.”
Y es gracias a la
atención que también puedo distinguir entre estos estados superiores y los
estados crepusculares de conciencia en los que predomina la alucinación y la
ilusión.
Por otra parte,
cuando quiero que mi acción sea válida, que sea un “dar” que no termine en mi
mismo, y que asimismo se perfeccione, se amplíe y sea cada vez más eficaz en el
mundo, mi conciencia debe operar de ese modo. Sin esa lucidez calma, sé que soy
una presa más fácil de alucinaciones e ilusiones, de la sugestión interna o
externa que con su atracción o su rechazo opera sobre mí. Sin ella, no me doy
cuenta cabal del “desde dónde” ni del “para qué” de mis acciones, obrando según
compulsiones. Sin atención, no hay acción válida. Y sé que más avanzaré en mi
camino espiritual cuanto más crezca mi acción válida.
Se nos ha
enseñado, y gracias a la atención he comprendido, que no puedo tomar por real
“lo que veo despierto, pero ensoñando”. Mi mente cree las alucinaciones e
ilusiones cuando está dormida, pero las reconoce como tales cuando está
despierta.
Sólo puedo escalar
“de comprensión en comprensión” cuando estoy “realmente despierto”.
¿Cómo podría tener
“suficiente percepción” de mis “estados internos” si mi conciencia no estuviera
atenta, como podría atender a las dos vías que se abren ante mí?
¿De qué me servirá
“la guía del camino interno” si mi conciencia no puede percibir sus propios
registros, si no puedo aclarar la oscuridad que hay en mis motivos y
quehaceres?
De modo similar,
al intentar vivir según “Los Principios de la Acción Válida”, ¿cómo hacerlo si
no logro percibir mi situación interna según mi cercanía o lejanía de ellos?
¿Podré tratar al
otro como quisiera ser tratado cuando el otro no es para mí sino
(inadvertidamente) la proyección alucinada de mis temores y mis deseos?
¿Podré resistir la
violencia que hay dentro de mí cuando ni siquiera la advierto o bien,
advirtiéndola, la justifico o la soslayo porque no la reconozco como tal?
La atención me permite advertir con claridad mis propios registros, tanto
unitivos como contradictorios. La atención me permite advertirlos no sólo
cuando ya mis acciones están en marcha, sino antes: cuando apenas comienzan a
gestarse dentro de mí. La atención me permite darme cuenta del “desde dónde” y
el “para qué” más profundos de esos registros. Sea que mis registros sean
unitivos o contradictorios, la atención me permite colocarme frente a ellos con
otra situación interna, de mayor perspectiva y libertad frente a ellos. De
manera que mi “acción válida”, esa que nutre mi camino espiritual, depende de
la atención.
Quizá por ello es
que se ha explicado que, para el surgimiento del espíritu, los actos no sólo
deben ser unitivos y bondadosos, sino también conscientes.
Se nos indicó como
importante, y lo sabemos por experiencia, que la acción de la Fuerza se
experimenta como ampliación de la conciencia, o sea, “una mayor lucidez y
disposición para comprender lo que ocurre”. Así se puede ascender “de
comprensión en comprensión”. Y esto es opuesto al “no control y el
desconocimiento de lo que ocurre”, cuando el estado mental está oscurecido.
Quizá por ello se
ha dicho que.“hay diferencias entre el estado de despierto-verdadero y otros
niveles de conciencia.” Y que “El logro de un cambio dirigido, en el nivel de
conciencia, brinda al ser humano un
importante atisbo de liberación de las condiciones “naturales” que parecen
imponerse a la conciencia.” Y se ha sugerido que hay que conducir la Fuerza al
“punto del real despertar”, del “estar-despierto-verdadero”. La práctica de la
atención también habilita ese “real despertar”, a ese
“estar-despierto-verdadero”.
La Sala exterior,
con su vacío despojado de estímulos, predispone el ámbito para el contacto. Pero
es la Sala interior, con su serena y clara atención potenciada por una emoción
inspirada, la que permite resonar con ella y así habilitar la experiencia
trascendente.
En definitiva, no
hay práctica espiritual nuestra, por simple o compleja que sea, que pueda
desvincularse de la atención. La experiencia y la meditación –fuentes de
nuestra espiritualidad- requieren atención.
Por todo ello y
más aun es que la disponibilidad atencional es un pilar de nuestra
espiritualidad: una espiritualidad de luz, consonante con el Plan que vive en
todo lo existente.
“La real
importancia de la vida despierta se me hizo patente”.
***
Gracias por este material tan invitador a la reflexión y a la meditación.
ResponderEliminarHasta pronto. Abrazos desde las Islas Canarias.