MAREA DE INDIGNACIÓN: MIENTRAS ALGUNOS DESPIERTAN,
OTROS SIGUEN DURMIENDO.
Es casi imposible no advertir un hilo conductor que
hilvana la serie de eventos que fueron detonados en enero de este año por Túnez, y que luego se fueron
replicando en Egipto, Jordania, Marruecos, Yemen, Bahrein, Sudán, Omán,
Kuwait, Libia, y Siria. Más tarde vino
España (en Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, Logroño, Santiago de
Compostela, Toledo, Bilbao y otras), y se extendió al resto de Europa, como
sucedió en muchas ciudades de Francia, Grecia, Alemania,
Portugal, República Checa, Hungría, Polonia, y Austria. Esto fue preanunciado en
alguna medida, y entre otros, por el caso ejemplar de Islandia en el 2008, las
protestas masivas ante el G-20 en el 2009, y las huelgas y movilizaciones
sindicales en toda Europa durante el 2010. Y lo de hoy, a su vez, preanuncia mucho más por venir.
Cada uno de estos casos tiene características
específicas propias de la historia y situación actual de cada país en los que
tiene lugar, pero todos ellos tienen el inequívoco sabor de un descontento generalizado
que pasó a ser rebelión indignada frente al estado de cosas. Esta vez es
difícil para los defensores del statu quo desestimar y descalificar estos
hechos, atribuyéndolos a oscuras maniobras de minorías, a la acción encubierta
de gobiernos foráneos o del terrorismo internacional.
Si bien las banderas de las demandas que se agitan
pueden variar, todas ellas destilan un profundo hastío por al inmovilismo de un
sistema anquilosado ante la velocidad de cambios mundiales, por un letargo
autodestructivo que no atina a concebir –y mucho menos a implementar- los
cambios profundos que son necesarios para afrontar los desafíos del nuevo
mundo. Y no atina porque todavía se insiste neciamente con las recetas de
antaño, creyendo que basta ir alternando la conducción social con las opciones
desgastadas de siempre, creyendo que un político más o menos mediático bastará
para aplacar el clamor por algo realmente nuevo, creyendo que la manipulación
de indicadores macroeconómicos soluciona todo. Pareciera que no bastan los
ejemplos patentes que abundan en todas las regiones para terminar de convencer
que los modelos actuales ya no funcionan.
Las banderas de las demandas populares que se agitan estos
días son fruto del consenso de mínima de una amplia diversidad de reclamos
desoídos en todos los campos, no sólo en lo político y económico, sino en lo
social, lo cultural, lo institucional, lo ecológico y demás. O sea, las
consignas que leemos en las pancartas son sólo la proverbial punta del iceberg
de un descontento masivo con el estado actual de nuestras sociedades. Exigir
más significaría reducir el poder de convocación. Es un descontento transversal
que aúna generaciones, sectores de ingresos, credos, regionalismos,
nacionalidades, y una amplia gama de posturas en cuanto a propuestas de cambio.
Quizá el descontento no sea solamente por la frustración que generan las
expectativas incumplidas de bienestar y consumo, sino también por una manera de
vivir deshumanizante: aun para la minoría que logra satisfacerlas.
Pero las rebeliones de hoy se explican tanto por el
presente que se padece como por el futuro al que se aspira. Así, ojalá que
estas rebeliones no se detengan, y que vayan más allá de la vistosidad
mediática de las manifestaciones en la plaza pública, encontrando otros campos
y modos de acción. Ojalá que amplíen y profundicen su propuesta de cambio más
allá de las banderas que hoy enarbolan. Ojalá que conserven su carácter no
violento, no discriminatorio, transversal, participativo y descentralizado.
Ojalá que estas rebeliones no se entiendan a sí mismas simplemente como locales
o como reivindicaciones de parte, sino como la expresión multifocal de un modo
de pensar y sentir mundializado, de una sensibilidad naciente que corresponde a
un futuro querido.
Es de esperar también que a esta ola mundial de
rebelión frente a lo establecido, y a esta aspiración por un mundo mejor, se
sumen una rebelión y una aspiración similares por el mejoramiento como seres
humanos, más allá de ser simplemente consumidores exigentes frustrados por
expectativas ilusorias. Porque sería una media verdad y un nuevo sueño atribuir
toda la responsabilidad del estado de cosas solamente a los políticos y los
banqueros, cuando convenientemente se descargó en ellos el manejo de la cosa
pública y, por ende, el control de nuestras vidas. Porque las promesas
incumplidas y las estafas de todo tipo no son cosa de estos últimos años, sino
de larga data.
Que sea una rebelión guiada por necesidades vitales
esenciales, y no por el deseo desmedido no sustentable ni solidario. Entre esas
necesidades vitales esenciales seguramente se contará la de dar a nuestras
vidas un sentido profundo y trascendente, libre del sinsentido del colocar al
dinero como valor central de la vida personal y social.
En todo caso, la rebelión ante el mundo que se rechaza
y la construcción del mundo que se anhela no pueden ser "subcontratadas":
requieren el compromiso activo de cada uno de nosotros, antes y después del
acto electoral. Ojalá que esto ya se comprenda, y que los que hoy encabezan la
protesta no encomienden una vez más a los políticos profesionales que les
solucionen las cosas, sino que ellos mismos tomen en sus manos la construcción
de un gran movimiento que lleve esta nueva sensibilidad a los lugares de
decisión que les corresponden. Quizá por razones similares Stéphane Hessel escribió
“¡Comprometeos!” después del “¡Indignaos!”
En términos de compromiso activo, aún quedan muchas
fuerzas por sumar su apoyo a la protesta. Estas fuerzas son variadas y no sólo
políticas, sino también sociales, culturales, religiosas, etc. Es extraño
advertir que aún no hayan manifestado su apoyo público y decidido a favor de lo
que está ocurriendo. ¿A qué se debe este silencio? ¿Quizá porque no pueden ser
protagonistas o monopolizar lo que sucede? ¿Quizá porque no se originó en desde
su propia organización o lugar? ¿Creen acaso que están a salvo de lo que se
denuncia en otros lugares? ¿Creen poder manejar su "isla feliz"
prescindiendo del sistema global en que se hallan inmersos? ¿O acaso están tan
absortos en sus propios intereses y escenario local que les impide advertir que
lo que se expresa en Europa y África es el clamor de todos?
Aun algunos que ideológicamente se declaran globales o
internacionalistas parecen insensibles ante la urgencia de replicar y aumentar la
protesta -y sobre todo la propuesta- en todos los lugares y foros. En
particular, los partidejos y sus mezquinos políticos aún piensan en términos
localistas, siguen alimentando el juego de la democracia formal del reparto de
cargos, privilegios y prebendas, mientras continúa el saqueo de los pueblos a
manos de los dependientes del capital financiero especulador.
Se va hundiendo este sistema no perfeccionable,
condenado irremediablemente a su superación. ¿Será el caso de seguir creyendo
aún en el gradualismo reformista cuando la nave hace aguas por todos lados y
arrastra a todos en su naufragio? ¿Será el caso de seguir apoyando el juego de
la democracia formal, ciegamente nacionalista y clasista, o bien de apostar al
cambio global y real que hoy se vislumbra como posibilidad en las plazas del
mundo?
Porque no importa tanto lo que esta rebelión es hoy como
lo que podría llegar a ser mañana.
Fernando
A. García Buenos Aires, 31 de mayo de 2011
fernando120750@gmail.com
Comparto plenamente esta opinion, el mundo en que vivimos ya no funcionan como decian que iba a funcionar, por aqui en colombia en distintas regiones estamos llenos de protestas, catatumbo, mineros, cafeteros, maestros y nadie dice nada.
ResponderEliminarUn saludo
Henry Guevara Paz, fuerza y alegria